Será el 1 de diciembre y, por primera vez en 12 años, no habrá marchas, ni bloqueos de calles, ni gritos de protesta contra el nuevo Presidente, no habrá madrazos con gases lacrimógenos entre la oposición y el “gobierno represor”. Será el 1 de diciembre y, por primera vez en 12 años, nadie le mentará la madre al próximo Ejecutivo.
Será, más bien, un desfile, una fiesta, un desborde de esperanza que se enmarcará en vítores y aplausos, casi algo parecido a una coronación de la nobleza, será algo tan rosa y tan cursi que rayará en la frivolidad de un show que presenta su grand finale.
Habrá promesas, buenos deseos y la enjundia de eso de pensar cosas chingonas, pero afuera del Palacio seguirán los muertos y la impunidad de más de 98% y seguirán los niveles económicos entre estancados y jodidos y los secuestros y los feminicidios y las chingaderas de un país en donde mucho está muy mal y lo que está muy bien está muy perdido entre tanto que sigue estando muy mal. Afuera, seguirá la cosa muy difícil, quizá hasta peor que hoy.
Pero, con todo, habremos avanzado mucho, muchísimo, como país, tendremos al presidente más votado, más querido, más legítimo y más poderoso en la historia contemporánea, a un hombre que igual llega por sus promesas de cambiarlo todo con el báculo de su honestidad, la suya y nada más, que por el encono social contra una clase política inepta, exagerada y suntuosa que se traduce en un voto de castigo emblemático, parteaguas, en joven tracto de la democracia mexicana.
Porque nadie, absolutamente nadie, cuestionará su triunfo, la madriza contra la mafia del poder fue tan contundente que rebasó al mismo Andrés en su pronóstico: él dijo 20 puntos arriba y ¡fueron más de 30! ¿Quién podría ser tan obtuso para hablar de fraude?, ¿Quién puede elaborar una teoría de la conspiración que incluya el 53% de la votación nacional?, ¿ya podemos confiar en el INE, en la Fepade y en el Tribunal?, ¿ya podemos decir que la democracia tan cara ahora sí fue efectiva?, ¿ya podemos regresar del infierno a las instituciones?
Por eso, independientemente de expectativas cumplidas o desilusiones abismales, Andrés Manuel, sin serlo aún, ya ha hecho más que cualquier otro presidente en los últimos 50 años, nos ha regresado la confianza en el sistema y así, de jalón, ha madurado años a la sociedad. Nada más con eso, ya ganó bastante.
Quien sabe si pueda cumplir, de menos, una cuarta parte de su cuarta transformación de la República, ojalá que sí, ojalá que mucho, pero al menos ha dado una gran lección a sus adversarios: basta ser eficientes, honestos y sobre todo ¡humildes!...
DE COLOFÓN.— La honestidad y la humildad no se transforman en chaleco antibalas, urge que el presidente electo atienda las recomendaciones de seguridad. Eso también es pensar en el pueblo.