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Todo es inteligente en estos días, desde el teléfono celular , que controla la mayoría de los aspectos en muchas vidas, hasta los novísimos refrigeradores que nos podrán llevar un inventario de la despensa y ordenar online, por nosotros, nuevos suministros o, incluso, los automóviles que se manejan solos y que, luego de una reciente tragedia donde una mujer terminó muerta atropellada por uno, enfrentan un gran debate.
¿Qué pasa cuando la inteligencia de los dispositivos corre el riesgo de volverse más inteligente que el sentido común mediante una manipulación macabra?, la tecnología siempre ha avanzado mucho más rápido que los acuerdos de las sociedades, hubo armas primitivas antes de la tipificación del homicidio, hubo imprenta antes de la libertad de imprenta, hubo revolución industrial antes de los derechos de los trabajadores y hoy existe la conectividad global antes de las regulaciones globales.
Después del escándalo desatado por Cambridge Analytica que habría utilizado perfiles de Facebook sin autorización de los usuarios para crear el mapa estratégico en el votante de Trump y elaborar tiros de precisión en su campaña, se abren cuestiones fundamentales: ¿quién tuvo la culpa?, ¿alguien hizo algo ilegal, que no es lo mismo que falto de ética?, ¿o estamos frente un escenario que raya en los límites de la libertad de expresión ?
Primero, no solamente Facebook, Google y demás titanes del mundo digital utilizan nuestra información para vendernos cosas, son mensajes inteligentes que mediante nuestros hábitos digitales, ¿qué buscamos?, ¿qué leemos?, ¿qué nos gusta y nos disgusta?, provocarán la aparición de mensajes que venden productos específicos, por ejemplo, si alguien quiere ver fotos de una playa es casi seguro que inmediatamente aparecerán ofertas de paquetes vacacionales orientados a su perfil.
La revolución del marketing digital ha provocado caídas de la publicidad tradicional, las redes saben exactamente qué quiere cada uno de los posibles consumidores y venden esos perfiles de compra a los anunciantes a precios mucho más bajos que los acostumbrados, el potencial de éxito es enorme en comparación con el tradicional, una serie de cuestiones éticas se abren a la discusión de lo que hoy es ya una realidad y que, en el afán del libre mercado y el capital, se antoja aún muy complicado de regular.
Pero, ¿y si lo que se vende es política?, las redes pueden saber nuestras debilidades, nuestras filias y nuestras fobias ideológicas y, a partir de ellas, se pueden crear campañas específicas con un alto grado de éxito para vendernos a un candidato tal cual como nos venden un shampoo, ¿se vale?
Empero, ¿por qué las redes nos conocen tan bien?, ¿acaso nos pusieron un arma en la sien y nos obligaron a desnudar nuestras pasiones?, ¿que no fuimos nosotros mismos los que les entregamos la información por voluntad propia, incluso, con gusto y con un arrebato por los “likes”?
Es difícil, casi imposible, que una sociedad entera se reconozca en sus errores sino hasta que la fatalidad la alcanza y hoy, con todo y los escándalos aún parece muy lejano ese tiempo.
Peor, es paradójico que el mundo tenga acceso, como jamás nunca en la historia, a toda la información que se antoje, a inmensa cultura, a investigaciones de alto nivel en todas las materias y que, al mismo tiempo, seamos hoy, como jamás nunca en la historia, tan extremadamente frívolos.
DE COLOFÓN.— Cambridge Analytica no funcionó en México por una causa elemental: no tienen perfiles de Facebook mexicanos en sus bases de datos.