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Andrés Manuel López Obrador es un fenómeno mundial, polemiza y divide al grado del fanatismo religioso. Probablemente en un país más crítico, más culto y, sobre todo, más liberal que México, AMLO sería una simple anécdota curiosa en un aburrido y sereno ambiente político.
López Obrador se destaca, hoy día, de otros populistas mundiales por sus niveles de aceptación.
Ciertamente, AMLO aún no gobierna pero registraba, apenas en agosto, niveles de 64% de aceptación popular de acuerdo con una encuesta realizada por EL UNIVERSAL.
Dos meses y muchos conflictos después, de acuerdo con la última encuesta de popularidad presentada ayer por Enkoll, Andrés Manuel registra 75.2% aprobación nacional, es decir, más de siete de cada diez mexicanos apoyan al presidente electo.
Poco ha mermado en su imagen el conflicto de la propuesta de cancelar el nuevo aeropuerto en Texcoco, que choca con los mercados internacionales, o la baja de Fitch Ratings a Pemex, cuyas percepciones, que no así las consecuencias generales, impactan a un sector relativamente pequeño de la población.
Sin embargo, el curioso manejo del Fideicomiso para apoyo a damnificados, nombrar a Manuel Bartlett al frente de la CFE, dejar al Ejército en las calles combatiendo al narco o, incluso, la boda de César Yáñez que derivó en el peor escándalo de la transición hasta ahora, le hicieron, literalmente, lo que el viento a Juárez.
Cuando Andrés Manuel dejó de ser jefe de Gobierno de la Ciudad de México, hace doce años, tenía una popularidad de más de 76%, casi la misma de la que goza hoy día: ni una mancha en su plumaje.
A diferencia de Orbán, en Hungría, o Erdogan, en Turquía, que ostentan poderosos porcentajes de aceptación rondando 40%, AMLO parece, hoy por hoy, políticamente indestructible, puede decretar lo que le plazca, puede pelearse con los indicadores internacionales, crear una Guardia Civil, amnistiar criminales, pactar con partidos antagónicos por naturaleza, brincar de ideología a conveniencia, cometer las pifias que se le antojen y, aún así, habrá siete de cada diez mexicanos que le aplaudirán y lo apoyarán hasta que... dejen de hacerlo.
El secreto en el éxito del populismo parece recaer en mantener viva la idea de que el populista representa al pueblo entero, de que sus opositores no forman parte del mismo por traidores, camarillas o mafias, la clave del populismo parte de las falacias, de las generalizaciones y sobre todo del conflicto.
Otros populistas en el mundo han tenido que equilibrar sus posturas radicalísimas ante la falta de una popularidad mayor a la mitad de su población, al final, ese elemento se vuelve un contrapeso fundamental en sus sistemas de gobierno.
AMLO podría optar por no hacer caso del 30% que no lo apoya, podría aplastarlo y olvidarse de él hasta que cometa errores de tal magnitud que, entonces, no le quede a quién culpar.
Para ser políticamente indestructible necesitará de alguien que lo quiera destruir y ojalá que no vaya a ser él mismo.
Ojalá que no, por el bien de todos.
DE COLOFÓN.— Si las auditorías fiscales serán por sorteo, no vaya a ser que los afortunados en ganar la rifa sean los contribuyentes incómodos a la cuarta transformación. No vaya a ser.