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Durante muchos años en la Casa de Subastas no tuvimos un departamento de Joyería y Relojes, esto obedecía a que tres o cuatro veces al año venían a México dos especialistas de la Casa de Subastas Phillips de Londres, una valuadora muy conocedora de Houston, Texas y un inglés muy inglés, alto, muy blanco, rubio y muy flemático, de Londres para hacer las valuaciones y llevar a vender las piezas ya fuera en Nueva York, Londres y en algunos casos en Ginebra y hasta en Ámsterdam, dependiendo de qué se consignara.
Previo a la valuación se informaban las fechas de visita de estos expertos, que usualmente eran tres o cuatro días, se anunciaba en el periódico y se enviaba una postal con toda la información. Los interesados hablaban por teléfono, se hacían las citas, que se llevaban a cabo en nuestras instalaciones.
Ya en la cita se revisaban las joyas, los relojes y si estaban de acuerdo los dueños con los precios estimados y condiciones de subasta se firmaba el contrato, las piezas se guardaban en nuestra bóveda y una vez que se tuviera todo el lote que se iba a enviar, lo pasaba a recoger Servicio Panamericano de Seguridad, lo llevaba al aeropuerto de la Ciudad de México los martes, día en el que iba el vuelo de Brinks a Los Ángeles y una vez en territorio americano, pasada la aduana e inspección, se enviaban las piezas a donde iban a ser subastadas.
Las personas con cita iban llegando y utilizábamos mi oficina por dos razones, primera porque tiene mucha luz y segunda yo ayudaba a hacer las traducciones cuando las personas no hablaban inglés.
Esto lo hicimos hasta que el billonario francés, el Sr. Bernard Arnault compró la Casa de Subastas Phillips en la que hicieron muchos cambios y dejamos de trabajar con ellos, así empezamos una nueva alianza con Ivey Selkirk hasta unos años después que representamos a Sotheby’s México para joyería y relojes. Una vez que terminó el contrato con Sotheby’s, decidimos iniciar a hacer las subastas nosotros con nuestros propios especialistas, en nuestros salones y de ahí hasta la fecha.
Las visitas de los especialistas extranjeros no estaban exentas de anécdotas y una de las más significativas y que siempre tengo en mi memoria es la siguiente:
Llegó un matrimonio a su cita por la mañana para valuar un anillo con un diamante de un quilate, se trataba de una pareja de alrededor de cuarenta años. El marido entró primero a mi oficina, como explicaba anteriormente, era donde hacíamos las valuaciones por cuestiones de la luz y la traducción, entró muy seguro de sí mismo con un sobre de papel manila en la mano y se sentó, lo siguió su esposa, ella más seria y, finalmente, el valuador y yo.
Ya sentados alrededor del escritorio, el marido sacó unos papeles del sobre de papel manila y empezó a explicar en inglés dónde había comprado el anillo, las características de color y tamaño, la fecha y mostró también la factura de lo que había pagado; todo esto previo a que viéramos el anillo.
Una vez terminada la explicación volteó a ver a su mujer y le hizo un ademán para que mostrara el anillo, ella tomó su bolso de mano, lo abrió y sacó una bolsa pequeña de franela en la que venía el anillo y viendo fijamente la cara del valuador se lo entregó sin parpadear.
Este lo tomó con dos dedos, lo levantó mirándolo hacia el techo frente a nosotros, se lo acercó al rostro revisándolo desde varios ángulos a contraluz, con la mano izquierda tomó su lente y se lo colocó en el ojo derecho, aproximó el anillo, lo revisó, se quitó el lente, volteó a ver a la señora que en todo este tiempo no había dejado de verle a los ojos y le preguntó en inglés… You Tell Me or I Tell You…
La señora, con un suspiro profundo y volteando a ver al piso comentó que hace algún tiempo, mientras realizaba las compras en el supermercado al que solía ir, empujando el carrito, por alguna razón sin darse cuenta el anillo se atoró en los barrotes del mismo y el diamante se soltó de la montadura y no hubo manera de encontrarlo por más que lo buscaron entre ella y dependientes del supermercado, días más tarde fue con un amigo joyero que le montó una circonia…
La cara del marido fue de horror y furia al mismo tiempo, volteó a ver a la esposa y lo primero que le preguntó fue por qué no le había dicho, ella contestó que no… que no quiso molestarlo y preocuparlo y que ella pensaba en algún momento reponer el diamante… él, muy contrariado juntó sus papeles, los metió en el sobre de papel manila amarillo, se incorporó, pidió disculpas, nos dio las gracias y salió furioso. El valuador inglés devolvió el anillo a la señora quien lo volvió a guardar en su bolsita de franela y a meter en su bolso de mano y salió muy apurada tras su marido ya sin vernos la cara.
Ya a solas con John –así se llamaba el valuador–, le pregunté cómo se dio cuenta de que la señora sabía. Desde mi primera impresión del anillo vi que no se trataba de un diamante y es obvio que si el marido hubiera estado enterado no nos habría dado toda la explicación y mostrado la factura; la señora estaba muy seria y me veía directamente a los ojos como pidiendo que yo no dijera nada, pero más que eso… no es la primera vez que me sucede.