Mi papá, desde hace muchos años, me comentaba que su papá (mi abuelo) siempre platicaba de un libro escrito por S.N. Berhman (publicado en 1952) sobre un anticuario y vendedor de pinturas que se hizo famoso por su forma de comprar y vender no siempre ortodoxa, pero sí muy grande y conocido por la venta del Niño Azul, de Thomas Gainsborough, una pintura tan famosa como puede ser la Mona Lisa de Da Vinci.

Joseph Duveen
Joseph Duveen

Así es que cuando uno va al Museo Metropolitano de Nueva York, a la Galería Nacional en Washington, a la Galería Frick en Nueva York, al Museo de Norton Simon en Pasadena, California, a The Huntington en San Marino, California, puede ver las donaciones de pinturas y antigüedades que hicieron grandes hombres de la industria y los negocios como Morgan, Frick, Huntington, Widener, Bache, Mellon, Kress, lo que no se sabe es que todas estas donaciones no hubieran sido posibles sin la habilidad del más famoso vendedor de artes y antigüedades de todos los tiempos, Joseph Duveen, quien logró que estos hombres las compraran y cuando algunos de ellos le dijeron que ya no tenían paredes para colgar tanta pintura, les aconsejó que hicieran un museo.

Joseph Duveen
Joseph Duveen

El mayor de 13 hermanos, hijo de Joel Duveen, un comerciante de porcelanas, tapices y tapetes, emigrado de Holanda a Londres, Inglaterra en el año de 1866, poseía un gran ojo para ver y reconocer pinturas de los viejos maestros bajo capas y capas de barnices decolorados y oxidados, a eso fue lo que se llamó el “Duveen’s eye”; fue el maestro que le enseñó a su hijo Joseph los secretos de la estrategia de la venta de pinturas a la que se empezaron a dedicar por ser mucho más lucrativa y excitante que las porcelanas y otros objetos y que perfeccionaría en el tiempo.

Joseph Duveen
Joseph Duveen

Joseph Duveen, a los 29 años, ya manejaba el negocio de la pintura de viejos maestros –Old Masters– en Londres, y se dio cuenta de que en Estados Unidos de América lo que había eran millonarios sin arte y lo que sobraba en Inglaterra eran aristócratas con colecciones de pintura muy completas, pero con falta de dinero e impuestos por pagar… “Europe has a great deal of Art, America has a great deal of money”, decía.

Joseph Duveen
Joseph Duveen

En esa época, esos aristócratas británicos poseían pinturas de Botticelli, Giotto, Rafael, Rembrandt, Bellini, Gainsborough, Watteau, Velázquez, Vermeer, Tiziano, mientras que los nuevos ricos americanos todavía no sabían que las deseaban hasta que apareció Duveen, ellos no tenían nada y comprando estas obras no solo compraban una obra de arte sino también status.

Joseph Duveen
Joseph Duveen

Para satisfacer tanto a vendedores como a compradores, Duveen cruzó más de cien veces el Atlántico, se relacionó con el más importante conocedor de pintura italiana del Renacimiento de la época Bernard Berenson, que le ayudaría a vender autentificando, certificando y atribuyendo, en muchos casos, pinturas muy cuestionables. De esto nos platica Meryle Secrest en su libro Duveen, A Life in Art (2004); muy recomendable biografía junto con el libro de S.N. Berhman, para aquellos que gustan del mundo y del comercio de arte.

Joseph Duveen
Joseph Duveen

Ambos libros cuentan anécdotas fantásticas de un hombre que hizo de la venta de pinturas un arte. Andrew Mellon comentaba que “las pinturas nunca se vieron tan bien, excepto cuando Duveen estaba frente a ellas…” y la frase que lo pinta como lo que era, nos dice Kenneth Clark (Historiador y Director de Museos) “Cuando Duveen estaba cerca era como si todos en la habitación hubieran bebido cada uno dos tragos…”. Un verdadero conocedor de la naturaleza humana y además conocedor de los secretos de sus clientes por la red de informantes con la que contaba, valets, mayordomos y criados que pasaban a la nómina del gran Duveen y estos le daban los pormenores de sus amos.

Lecturas divertidas. Es el nacimiento de cómo el arte se convirtió en comercio.

Joseph Duveen
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