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Todo cambio de régimen conlleva un cambio en la relación entre los medios masivos de información y el nuevo poder. Esa transformación puede ir desde el modelo radical —la supresión de los viejos medios y la apertura de otros, funcionales para el nuevo orden, al estilo soviético— hasta la convivencia cotidiana, tensa, difícil, entre el naciente poder y los medios que crecieron a la sombra del sistema desplazado. Este último es hoy nuestro caso.
Los principales medios de información que actualmente operan en México nacieron en alguna de las etapas del antiguo régimen. Ese sistema duró un tiempo largo —de 1917 a 2018— y en ese lapso se experimentaron varios estilos de control del poder ejecutivo sobre la prensa, la radio y la televisión. Algunos gobiernos permitieron más espacio que otros a las muestras de independencia y crítica pero, en cualquier caso, todos hicieron en algún momento a un lado la “libertad de prensa” constitucional para imponer límites y controles a los medios de información. Se trató de combinaciones de cooptación y represión, según los estilos personales de gobernar. Ningún régimen autoritario deja que los medios, especialmente los que no son marginales, se vayan “por la libre”.
Si bien el pasado está conformado por hechos únicos e irrepetibles, muchos de esos episodios que constituyen la larga cadena histórica, pueden servir, por sus similitudes y diferencias con situaciones actuales, como guías en la construcción de explicaciones del presente. En esa lógica, el cambio de régimen que tuvo lugar al venirse abajo el largo gobierno de Porfirio Díaz y e iniciarse la etapa maderista (1910-1913), se presta a ese tipo de análisis. Un artículo de Ariel Rodríguez Kuri, titulado “El discurso del miedo: El Imparcial y Francisco I. Madero”, (Historia Mexicana, XL: 4, 1991, pp. 697-729), sugiere esas comparaciones.
Al final del Porfiriato, el medio más importante, y con mucho, era el modernísimo diario El Imparcial, que empezó a publicarse en 1896 y llegó a tirar 100 mil ejemplares diarios. Su propietario lo había concebido para que no fuera imparcial sino parte del sistema de control político de Díaz y, a la vez, apoyo de la facción porfirista más fuerte y que se había organizado para ocupar el espacio que habría de dejar la inevitable desaparición de don Porfirio: la de “Los Científicos”. El jefe de este grupo, el aristocrático secretario de Hacienda, José Ives Limantour, transfería, como subsidio, fuertes anualidades de dinero público al dueño del diario, (50 mil pesos).
La caída de Díaz tomó por sorpresa a El Imparcial, pero poco tardó en posicionarse como un medio muy efectivo en el ataque al nuevo orden. Su objetivo era minar la confianza pública en la administración de Madero, al “exponer los temores de ciertos grupos privilegiados como si fueran los de toda la sociedad; hablar del porfiriato como un pasado perfectible pero infinitamente superior al presente lleno de campesinos armados; preguntarse por el mañana con evidente y contagiable angustia”. En suma, como señala Rodríguez Kuri, el logro del famoso diario fue la “socialización del pánico”. Explotó a fondo las inevitables contradicciones del nuevo poder, publicó fake news y ninguna de las medidas y proyectos maderistas contó con su respaldo. Con ello ayudó a abonar el terreno del que brotarían dos cosas: el golpe militar contra Madero y su asesinato en 1913 y la radicalización de una guerra civil que finalmente alentó lo que el diario rechazaba: una auténtica revolución.
Desde luego que el régimen que se acaba de inaugurar en nuestro país no enfrenta un equivalente de El Imparcial. El mundo de los medios mexicanos es hoy muy heterogéneo, pero si se suman a sectores importantes de esta heterogeneidad —varios periódicos nacionales y regionales, un buen número de columnistas y de conductores de informativos de radio y televisión— se tiene una masa crítica que pudiera considerarse el equivalente, por sus formas y contenido, a un El Imparcial en la Cuarta Transformación. Este fenómeno tiene como antecedente inmediato la exitosa campaña del miedo generada por ciertos medios contrarios al lopezobradorismo durante la campaña presidencial del 2006. Entonces la “socialización del pánico”, ante la posibilidad del triunfo de la izquierda, fue un elemento contribuyente a la derrota de esa opción.
Pero volvamos a Madero. Su gobierno decidió neutralizar a El Imparcial mediante la creación de una prensa maderista —Nueva Era, órgano oficial del Partido Constitucional Progresista— y, poco antes de caer, estaba planeando hacer efectiva una medida más radical: ¡hacerlo suyo, comprándolo!
El régimen actual ha anunciado su decisión de no recurrir a la cooptación de ninguno medio, limitar su gasto de publicidad en los medios y garantizar expresamente la libertad de prensa. Por otro lado, el presidente optó por convertirse en su propio vocero y enfrentar de manera directa e imaginativa a los medios críticos por la vía, sin precedentes, de ofrecer conferencias diarias de prensa —las llamadas “mañaneras”— desde Palacio Nacional. Ahí tiene lugar un intercambio directo y público entre el presidente y los periodistas que en ocasiones ha llegado a ser bastante ríspido.
La ruta que se está siguiendo en México en la conducción de la relación entre los medios que nacieron y se desarrollaron en el viejo régimen y el responsable político del nuevo es inédita, pero requiere de un estilo de gobernar que no está al alcance de cualquier mandatario. Aún es temprano para evaluar sus resultados, aunque sin duda es original. En el antecedente citado, el del antagonismo entre el maderismo y El Imparcial, el resultado final fue negativo para ambos —Madero cayó víctima de un golpe militar y el periódico desapareció en 1914— y para los intereses representados por el periódico. La historia nunca se repite, pero puede dar consejos.
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