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Hacer que coincida la narrativa humanitaria y respetuosa de los derechos humanos con que se inauguró este gobierno ha sido más difícil de lo que se pensó. La realidad es que mover la estructura migratoria que durante años ha sido de control y vigilancia es tocar intereses fuertísimos, sobre todo los del crimen organizado que se ha beneficiado de esta visión, ya que entre más invisibles son las personas migrantes más fácil ha sido hacerlas presas de crímenes horrendos. En lo que toca a la relación con Estados Unidos, aunque nunca fue explicita la ayuda que el Gobierno Mexicano daba, la realidad es que los números mostraban, año con año, que el primer filtro migratorio de ese país era la frontera vertical en que se convirtió el nuestro. Acciones contrarias al derecho internacional y a la propia Constitución Mexicana como la detención aleatoria, los retenes de vigilancia a lo largo de todo el territorio nacional y la falta de respeto al protocolo respecto a la niñez migrante, son solo algunos de los puntos que demuestran lo anterior y a lo que la autoridad actual no ha puesto fin.
Más allá de acabar con esta situación, se esperaría sin embargo, que un nuevo gobierno que prometió no un cambio de la élite en el poder, ni siquiera de un nuevo equipo político administrativo, sino, ni más ni menos, un nuevo régimen político, se deje ya de timideces y establezca cambios profundos que permitan empezar a construir una nueva idea de patria, nación y hasta geografía sin territorialidad fija. En lo político mundano hay que reconocer que dada la relación con Estados Unidos nada es sencillo. No obstante, hay temas desde lo migratorio que pueden hacer una diferencia monumental al tocar el corazón de lo que hemos sido y lo que podemos ser dentro del futuro planetario en que los mexicanos tenemos un lugar que ocupar. No esta fácil, porque se trata de mover la serie de trabas mentales que hemos cargado durante años, pero que ahora solo sirven para darle aliento a vocecillas xenofóbicas que esta gran nación de emigrantes no se merece.
El llamado es a ser radicales y dejar de cuidarle al pasado las partes nefastas que pretenden mantenerse vivas entre nosotros. Para acelerar el paso a un nuevo régimen desde lo migratorio, es necesario revocar todas aquellas leyes que mantienen una ideología patriotera que a la menor provocación aúlla. Basta ya de cuidar como joya del pasado el articulo 33 que inhibe, coarta y sentencia a los extranjeros a no opinar ni a participar políticamente cuando un principio de derechos humanos global es que todos somos sujetos políticos más allá del lugar donde vivimos. A derogarlo. Basta ya de preservar leyes que relegan a las personas naturalizadas con una ciudadanía de segunda, lo que es incluso violatorio del derechos internacional. Dicho de otra manera, que nadie que nació en el extranjero pero que es mexicano por decisión, reciba un trato discriminatorio por ese detalle ya que además de todo, el lugar de nacimiento es un hecho meramente circunstancial. “Todos somos Dreamers”, podrán decir Paco Ignacio Taibo o Elenita Poniatowska y esto los unirá con tantos otros mexicanos que al revés de ellos, han retornado al país donde nacieron pero el cual no conocían antes.
A derogar por tanto las leyes, reglamentos, códigos y apartados que distinguen entre un nacional pura sangre, con tantas otras categorías de ser mexicano. Esto incluye una revolución administrativa sin timideces para reconocer sin pretextos la nacionalidad mexicana a los hijos de padre o madre o ambos de manera expedita.
Para estos cambios de una profundidad renovadora no se necesita negociar con Trump, ni cuidar cada coma, ni pedir disculpas a nadie. México es más que su geografía y mucho más, por cierto, que lo que dicen que somos tantas leyes decimonónicas aún vigentes.