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Robert Mueller, fiscal especial encargado de investigar la posible colaboración entre la campaña de Donald Trump y Rusia para incidir en la elección del 2016, finalmente concluyó su trabajo después de dos años de pesquisas y especulación. Para los detractores de Trump, el reporte de Mueller representaba la esperanza de que el descubrimiento de una maquinación para beneficiar al entonces candidato republicano o la confirmación de que Trump intentó obstruir la justicia en los últimos dos años diera paso a un juicio político que a su vez concluyera en la remoción del presidente de Estados Unidos. A primera vista, el trabajo de Mueller parecía dirigirse a una revelación de esa naturaleza. A lo largo de sus dos años de labor, Mueller puso contra las cuerdas a una larga lista de cercanos colaboradores de Trump desde sus tiempos como empresario, entre ellos el abogado Michael Cohen y Paul Manafort, su antiguo jefe de campaña. Muchos calculaban que, una vez publicado, el reporte del fiscal especial se convertiría en el factor central de la política estadounidense rumbo a la elección del año que viene, ya fuera como catalizador de un escandaloso juicio político o como el gran tema de la campaña contra la reelección de Trump.
El resultado ha sido muy distinto.
Para sorpresa de muchos —incluido Rudy Giuliani, abogado del presidente, quien dijo, aliviado, que esperaba recibir noticias considerablemente peores— el informe final de Robert Mueller parece configurarse como una victoria para Trump. El fiscal general William Barr, encargado de digerir el reporte de Mueller y decidir cuánto y en qué momento se da a conocer, informó ayer en una larga carta que Mueller y su enorme equipo no encontraron confirmación alguna de un vínculo nefario entre la campaña de Donald Trump y Rusia. Eso no quiere decir que Rusia no intentó intervenir en la elección que terminó con Trump en la Casa Blanca. De hecho, de acuerdo con Barr, Mueller confirmó varios intentos rusos por influir en el proceso político y en el clima social estadounidense. Pero una cosa es que Rusia haya intentado influir como lo ha hecho en una veintena de elecciones en los últimos años y otra que la campaña de Trump haya participado activamente en esa intriga. Y aunque Mueller encontró diversas instancias de conducta inapropiada (y otras más que ameritaron acusaciones formales contra gente como Manafort y Cohen), no halló evidencia suficiente como para demostrar una relación ilegal entre la campaña de Trump y Rusia.
Eso no es todo. De manera polémica, Mueller decidió abstenerse de manifestar alguna resolución definitiva en cuanto a la sospecha de obstrucción de justicia, que le hubiera complicado la vida severamente a Trump. Aunque aparentemente identifica varias conductas inconvenientes durante la investigación, Mueller optó por no concluir de manera clara que Trump había obstruido la justicia. Tampoco lo exoneró, por cierto. En cualquier caso, el fiscal general Barr, nombrado por Trump, no tardó en interpretar que, desde la información recabada por Mueller, Trump no violó la ley.
El asunto, evidentemente, no termina ahí. Barr no tendrá la última palabra. Los demócratas que controlan la Cámara de Representantes exigirán ver el reporte de Mueller completo mientras conducen su propia investigación en el Legislativo. Trump enfrenta otras pesquisas de alto riesgo, incluida la de la Fiscalía del Distrito Sur en Nueva York. Aun así, la conclusión del trabajo de Mueller es una bocanada de aire fresco para Trump. Aunque todo podría cambiar, ahora es improbable que enfrente un juicio político. Podrá seguir siendo un presidente impopular, pero Trump ha salido de esta batalla fortalecido.
Todo esto representa un desafío mayúsculo para el Partido Demócrata, que guardaba la esperanza de ahorrarse una batalla electoral en el 2020 contra Trump. Ahora los demócratas tendrán que vencer a Trump en las urnas. Y aunque para muchos seguramente es un chasco, el desenlace del trabajo de Mueller es, en el fondo, una bendición. Un juicio político contra el presidente de Estados Unidos habría seguramente provocado una polarización que incluso podría haber concluido en una conflagración de otra índole. Por increíble que parezca, el famoso impeachment no parecía una buena estrategia política. Si de repudiar de manera definitiva a Trump y al trumpismo se trata, la mejor manera es hacerlo en el proceso democrático que ya está en marcha y que culminará en noviembre del año que viene. La derrota de Trump en las urnas reivindicaría el proceso democrático en Estados Unidos y remendaría parte del tejido social que Trump, con su discurso del odio, ha desgarrado.