León Krauze

¿Cómo luchar contra la indecencia?

Los republicanos prefieren respaldar a un pederasta que considerar que un demócrata gane el escaño; antes la indecencia que la derrota política

11/12/2017 |02:04
Redacción El Universal
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Además de poner contra la pared a una creciente lista de acosadores, la cultura de denuncia de abuso sexual que se ha apoderado del debate público en Estados Unidos ha servido para exhibir una diferencia central entre los dos partidos del país. Mientras los demócratas han decidido ser mayormente implacables con sus políticos sospechosos de conductas inapropiadas, los republicanos han preferido proteger sus intereses antes que obligar a sus acosadores a enfrentar las consecuencias políticas de sus actos. El ejemplo está en los casos de Al Franken, senador demócrata por Minnesota, y Roy Moore, aspirante republicano al senado federal por el estado de Alabama.

Antes de dedicarse a la política, Franken fue un comediante de ilustre carrera, pionero en el gran programa cómico Saturday Night Live, además de autor de varios libros de verdad deliciosos en los que desmenuza la hipocresía de gente como Bill O´Reilly, el pedantísimo periodista (es un decir) que trabajó por años en la cadena Fox News antes de salir envuelto en un escándalo sexual. En 2002, tras la muerte de su amigo el senador demócrata Paul Wellstone, Franken decidió lanzarse a la política. En “Giant of the Senate”, su libro más reciente, Franken explica la curva de aprendizaje que enfrentó durante la campaña por el Senado y una vez llegado a Washington. Entendió, por ejemplo, que debía moderar su incontinencia humorística: por talentoso y ocurrente que fuera, no a todos cae bien un payaso, y mucho menos un payaso que también es Senador.

Contra todo pronóstico, en sus ocho años en el Senado, Franken se convirtió en un líder, respetado por unos y por otros. Era tan popular que no faltó quien, en la era Trump, pensara en él como posible candidato presidencial demócrata en el 2020. Todo eso se acabó hace unos días. Semanas atrás, una conductora de radio que coincidió con Franken en un viaje a Irak para animar a las tropas desplegadas allá – cuando era solo un comediante y ni siquiera soñaba con ser político– acusó a Franken de conducta inadecuada, incluida una fotografía vergonzosa en la que el hoy senador aparece tocándole los senos por encima de un chaleco antibalas mientras la mujer está dormida en un avión. Pronto se sumó un puñado de denunciantes que acusaron a Franken de propasarse al momento de fotografiarse con él en campaña. Franken ofreció disculpas, pero sirvió de poco. La semana pasada anunció su intención de renunciar a su puesto.

Veamos, ahora, el caso de Roy Moore. El candidato republicano al Senado es una colección andante de posiciones deleznables, incluida una homofobia militante, pulsiones racistas y prejuicios religiosos. Pero el mayor pecado de Moore no es este catálogo de obsesiones. Hace algunas semanas, el diario Washington Post publicó un largo y extraordinario reportaje acusando a Moore de acosar niñas adolescentes cuando ya era un abogado treintañero. A la investigación del Post, corroborada por decenas de fuentes, se han sumado varias otras voces que acusan a Moore de conductas similares; en pocas palabras, lo señalan como un pederasta reincidente. Aun así, Moore sigue siendo el candidato republicano al Senado y es enteramente posible que mañana gane la elección especial para escoger a quien ocupará el escaño que dejara vacante el hoy Fiscal General, Jeff Sessions.

¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué Al Franken ha tenido que renunciar mientras que la carrera política de Moore sigue viento en popa? La explicación tiene que ver no solo con la situación por la que atraviesan republicanos y demócratas sino con su estrategia futura. Desde antes del 2016, el partido republicano se había hecho a la idea de dejar de lado cualquier consideración moral para concentrarse solamente en la obtención del poder. La elección de Donald Trump y la inesperada avalancha electoral que le dio al partido el control del Legislativo además de la Casa Blanca no ha hecho sino fortalecer ese cinismo. En efecto, los republicanos prefieren respaldar a un pederasta que considerar la mera posibilidad de que un demócrata gane el escaño que fue de Sessions; antes la indecencia moral que la derrota política. Los demócratas han optado por el camino opuesto, decisión moralmente loable pero políticamente riesgosa. La salida de Franken del Senado puede abrir la puerta a un eventual triunfo republicano en Minnesota (el partido de Trump podría tener a un candidato formidable en el exgobernador, Tim Pawlenty). Si pierden Minnesota, los demócratas necesitarían un milagro para que el partido retome el control del Senado el año que viene. En otras palabras: al obligar a Franken a pagar el precio más caro por sus excesos y bromas estúpidas, los demócratas se arriesgan a sufrir una derrota política que, paradójicamente, disminuirá su capacidad de luchar por legislación que proteja, entre otras cosas, los derechos de la mujer. Nada de esto implica la sugerencia de que Franken permanezca impune -al contrario: ningún acosador merece no pagar las consecuencias de sus actos, por más nimios que parezcan – pero el dilema político no es menor: ¿cómo pelear contra un adversario que desdeña las normas morales más elementales y se sale con la suya, a pesar de su evidentísima inmoralidad? Los demócratas parecen creer que la ceguera del electorado estadounidense tendrá límites y que la decencia tendrá su recompensa, sobre todo con el voto femenino y joven. Ojalá tengan razón: en el horrible mundo de la política, la distancia entre la valentía y la ingenuidad es muy pequeña. Alabama será la primera prueba.