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Ya son quince y seguramente serán más. La lista de aspirantes demócratas a la candidatura presidencial es, hasta ahora, a un catálogo exhaustivo de las diferentes corrientes del partido opositor en Estados Unidos. Seis senadores buscan la nominación, algunos con larga carrera como legisladores, como Bernie Sanders, de Vermont, y otros con mucha ambición pero recién llegados o con apenas algunos años en Washington, como la californiana Kamala Harris o Elizabeth Warren y Cory Booker. Al menos dos gobernadores también buscan la candidatura, lo mismo que antiguos miembros del gabinete de Barack Obama y hasta alcaldes en funciones, como el notable Pete Buttigieg, joven edil de la pequeña ciudad de South Bend, Indiana, veterano de guerra con una valiosa carrera académica y un talento singular para los idiomas (habla cinco. Aprendió noruego solo para poder leer a uno de sus actores predilectos en su lengua original). Es probable que a la lista se sume el ex vicepresidente y antiguo senador Joe Biden, un hombre con casi medio siglo de carrera política. Prácticamente todos los candidatos demócratas que comenzarán a debatir sus posturas e ideas dentro de un par de meses (se va a necesitar un escenario muy grande y harta paciencia) tienen currículums que presumir, incluida una historia de triunfos electorales. Por eso es interesante que la figura que más parece emocionar – o al menos más curiosidad despierta – entre el electorado demócrata sea un hombre con una carrera relativamente corta en la escena política y una modesta vida de empresario antes de convertirse en político: el congresista de Texas Beto O´Rourke.
O´Rourke ganó prestigio cuando intentó la improbable hazaña de derrotar a Ted Cruz, el senador republicano de Texas y figura del movimiento conservador, en la elección del año pasado. Lo de O´Rourke parecía quijotesco. Texas es un estado mayormente conservador que no ha tenido un gobernador o senador demócrata desde hace un cuarto de siglo. Aun así, O´Rourke, un carismático político de El Paso, quiso intentar lo imposible. ¡Y por poco lo consigue! Gracias a su estilo franco y joven y a una notable operación en redes sociales, estuvo a punto de vencer a Cruz. Al final, el senador republicano ganó por una diferencia de solo 3% del voto, prácticamente nada en un estado como Texas. O´Rourke logró convertir su derrota en una victoria, sobre todo dentro de su partido, ansioso por encontrar figuras que emocionen a los votantes jóvenes y a las minorías (por si fuera poco, O´Rourke habla un español perfecto). Ahora quiere ser presidente.
El problema para “Beto” (en realidad se llama Robert, pero prefirió su apodo del sur de Texas), es que, a diferencia de casi todos sus rivales demócratas, no puede presumir de una larga trayectoria como legislador ni de algún triunfo electoral memorable o una carrera empresarial de prestigio. Antes de decidir enfrentar a Cruz, O´Rourke había pasado solo seis años en Washington como congresista. Antes de eso operó una modesta empresa de diseño de páginas en Internet. Comparado incluso con el alcalde-maravilla Buttigieg, la experiencia de O´Rourke se antoja limitada para un puesto como la presidencia de Estados Unidos. O al menos así parecería en tiempos normales.
Pero estos, claro está, no son tiempos normales. Hay dos atenuantes que podrían invalidar las dudas que despierta la relativa novatez de O´Rourke. La primera es que el hombre que está hoy en la Casa Blanca no es precisamente un dechado de experiencia y sabiduría de políticas públicas. La segunda es que el partido demócrata ya les ha dado oportunidad a otros políticos de trayectoria breve pero gran talento persuasivo.
El ejemplo más evidente es Barack Obama, que buscó la presidencia cuando no había siquiera terminado su primer periodo en el Senado estadounidense (aunque quizá habría que decir que no hay muchas figuras realmente comparables a Obama, un verdadero garbanzo de a libra). Aun así, el argumento más interesante en favor de O´Rourke tiene que ver con la naturaleza de la política moderna. ¿Qué se necesita realmente para ganar una elección? Sería deseable que la presidencia de un país se dirimiera desde la experiencia y la sustancia, pero estos son tiempos de inmediatez e impaciencia. Si Donald Trump logró acabar con cada uno de sus rivales en la elección primara del partido republicano hace tres años no fue por su conocimiento de la economía o por su agenda de pol´itica internacional. Trump ganó porque es un comunicador perfecto para la era de la síntesis, el meme y el video viral. Es en ese terreno que Beto O´Rourke, otro comunicador tremendamente eficaz, puede ser un activo invaluable para el partido demócrata. Franco, amable y sonriente, O´Rourke parece el modelo de un político moderno. Que viva en la frontera con México, hable español como lo habla y sepa atraer al voto joven (71% de los jóvenes votaron por él en Texas) lo hace todavía más atractivo. Puede ser más que suficiente el año que viene, al menos para acompañar a otro candidato de mayor experiencia en la boleta presidencial. ¿Joe/Beto 2020, quizá?