Cada vez se escuchan más comúnmente, en voces autorizadas de melómanos, expertos en audio y profesionales de los sistemas de alta fidelidad sonora (hi-fi), conversaciones sobre la pureza del sonido referido a los modernos sistemas de audio digital en lucha eterna contra los vinilos, que muchos dicen que han regresado. Falso, los discos de vinilo en realidad nunca se han ido. Eso sí, habían permanecido a la sombra desde la aparición del disco compacto, de sonido casi perfecto, pero sin el alma del scratch.

Una vez que en los laboratorios sonoros luego de infinitas pruebas perfeccionaron el gramaje del vinilo en estado puro dejándolo en el rango de los 180 gramos negro o de color la cosa cambió, como cuando también hicieron su aparición las tornamesas profesionales y las agujas elípticas, cuya excelencia de calidad de reproducción en algún tiempo se llamó Shure. Por citar un ejemplo popular (la M44E), fue en su momento como el Rolls Royce de las agujas elípticas profesionales.

Lo que uno oye, si se tiene como joya un equipo de alta fidelidad, a la hora de que cae la aguja sobre el vinilo, es absoluta y pura calidad sonora muy difícil y casi imposible de oír con la calidad que se requiere en el rango de lo digital. Pero, si se cuenta con unas bocinas o bafles profesionales, la sensación es como la de entrar al olimpo sonoro que tiene nombre y apellidos ilustramente sónicos: Harman Kardon, Kenwood, Sony… Y ahí es donde se rinden discos duros, reproductores de CD convencionales, almacenaje en computadoras y sistemas de compresión de sonido.

Si a eso se le agregan los ecualizadores gráficos, uno puede estar en el mismísimo estudio de grabación haciendo a su gusto su propia mezcla sonora en casa. Y no se diga con el paso de la muerte: la restauración de lo grabado con anterioridad a la remasterización digital. Una loquera que deja atrás lo que actualmente puede ofrecer el sonido de un celular, si es que no se cuentan, por ejemplo, las bocinas THX inventadas por George Lucas para la interminable saga de Star wars, en fidelidad inalámbrica, procesadores de señal y subwoofers que llegan a la dimensión del bluetooth.

Todo lo anterior, para no meternos en una sofisticada ingeniería de audio, ha hecho que los discos de vinil se coticen a precios estratosféricos en sus primeras ediciones. The Beatles son un buen ejemplo, lo mismo que la discografía de Frank Zappa. Sin embargo, hay discos fuera de serie que no han obtenido los reflectores como los del Grupo 87, de Milwaukee, integrado por Mark Isham, Peter Manou y Patrick O’Hearn, con invitados de la talla del baterista de Missing Persons y Zappa: Terry Bozzio y Peter Wolf, al piano.

La grabación es una auténtica belleza sonora, a la que, en vinil (que fue grabado en 1980), no le llega ni su CD digital, Hay también el álbum de 1984: Transpicus the álbum, con la adición de músicos como Peter Van-Hooke, que demuestra su inmenso talento para el uso del estudio de grabación registrado en vinilo. Ni Spotify se acerca a su rango sonoro a la hora de reproducirlo en vinil, y a las pruebas con un buen equipo de audio me remito. Hay temas como “Peaches in Regalia”, realizado por Frank Zappa en 1969, el álbum Hot tats!, que, francamente, son monumentos a la perfección del sonido y que no han perdido vigencia sonora, en donde muchos hablan y poco oyen.

pepenavar@gmail.com

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