Nada más hay que ver a los productores de lo que iba a ser el 50 Aniversario del Festival de Woodstock para diferenciar rock de avaricia. La excusa más a la mano es que se bajaron del cartel figuras como Miley Cyrus y el rapero Jay-Z. ¿De cuando acá a estas lacras se les llama roqueros? Es como la barrabasada de la reciente inducción a la fama del rock de la “roquera” Janet Jackson.
La celebración del histórico festival de 1969 se iba a llevar a cabo en la ciudad de Maryland del 16 al 18 del presente, en una celebración multigeneracional en donde muchos con simple celular ya se sienten periodistas, productores, directores de video, opinólogos y guardianes de un evento que a las pocas horas irá al olvido.
Desde luego pagarán justos por pecadores, porque el cartel prometía en algunos sentidos con nombres como el de John Fogerty, The Lumineers y The Recounteurs y otros más que acabaron diciendo por el cúmulo de problemas, permisos, lugares y demás: “No way Jose”. Por si fuera poco, hace mucho que la industria ya no apuesta por el rock sino por una generación de artistas al vapor con los que las disqueras mantienen prudente distancia sin meter ni un centavo más que lo necesario. O sea: nada, salvo que ocurra un milagro.
Sin embargo, mientras las disqueras le han cerrado las puertas al vinilo, una generación de entusiastas echados de la industria explora con buenos dividendos lo que aprendieron en otras épocas de bonanza, conocimiento y respeto por la música de rock. Ellos son los que están explotando lo que las nuevas generaciones de youtuberos y sabelotodos digitales no saben: el catálogo. También tienen algo que las nuevas generaciones desconocen de la explotación del negocio: el sentido común. Gracias a eso les está yendo muy bien.
Si no existieran estos tipos, no estarían a la venta, por ejemplo, los tres volúmenes de los Rolling Stones con The complete british radio broadcast de 1964 a 1965: una maravilla de cómo sonaban en la radio en su momento de despegue a la ancianidad que ahora viven en medio de la gloria. Los tres discos en mini LP se componen de sus tempranos éxitos y entrevistas.
De esa forma, tienen vida extra grabaciones básicas que las nuevas generaciones desconocen ante tanta “música” desechable. Pero ni modo de evangelizar a quienes están ya acostumbrados a escuchar cosas que no van a ser perdurables, ni mucho menos formar parte de un acervo musical y concepto que tiene la música chicle bomba reforzado de hoy.
Entre esas viejas (nuevas) grabaciones en formatos de vinil y CD con los prejuicios auditivos del MP3, se pueden encontrar trabajos restaurados y reemasterizados de maravillas como el Supersession de Mike Bloomfield, Al Kooper y Stephen Stils, algunos del blusero Roy Buchanan; los originales (dos) del Electric Food, muchos de Frank Zappa: el 71 minutos de Faust y uno de Steve Hackett, alejado de su faceta progresiva, mostrando un inédito lado blusero. Pocos, pero contundentes ejemplos.
Como colofón hay que decir que ante los amagues y fintas de HBO, al fin circula en DVD y Blu-ray, el compilado de inducciones y actuaciones del Salón de la Fama del Rock (2019) con una sorpresa: no hay actuación de Janet Jackson.
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