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Crece la posibilidad de ver películas raras, estrenos alternativos y auténticos lanzamientos insólitos que no ofrece la cartelera convencional, que tienen sus estrenos mensuales en plataformas digitales, como Netflix y Amazon, que prometen buenas historias, algunas, revestidas en 4K. Si a eso se le agregan sistemas de sonido de teatro, se tiene materialmente, una experiencia cinematográfica a la altura de las expectativas más exigentes.
Basta explorar los menús de las plataformas digitales para detectar lo que vale la pena, o ver el correspondiente tráiler, pasar a la película y engancharse, o salir huyendo, dependiendo sólo de los gustos personales. En la vorágine de títulos atractivos sobresalen las que pesan por sus actores, el director, sus efectos visuales y las críticas o recomendaciones de quien vienen precedidas.
Esta semana la oferta y la recomendación más rimbombante es la nueva cinta del más inexpresivo rostro de dolor (Nicolas Cage), que pelea la originalidad del filme, Mandy, con el propio director Panos Cosmatos, en una cinta con aire ochentero que recrea una venganza bien matizada de terror y acción. Por si fuera poco, hay algunos críticos que pontifican su banda sonora en varios terrenos del rock, a manera de lección en una abierta matanza que deja a su paso sangre, viseras y partes de cuerpos mutilados. Acaba de ganar en el Festival de Cine Fantástico de Sitges.
El nuevo trabajo del documentalista Everardo González, La libertad del diablo, que con ocho nominaciones al Ariel y ganador del mismo a Documental (2017) y los premios Fénix Documental, Fotografía y Música, documenta dolorosamente la decadencia y la moral perdida en la “guerra contra el narco”, que debe hachársele al ex presidente, Felipe Calderón.
En un juego de máscaras, González hace mancuerna con el periodista Diego Enrique Osorno para explorar en los testimonios íntimos de los que han sufrido esta guerra inútil y su trasfondo psicológico.
Horneado en la Cineteca Nacional y con 118 minutos a cuesta sobre la vida de Rita Guerrero, el documental de Arturo Díaz Santana con, por supuesto, banda sonora de Santa Sabina, el grupo en donde la diva ejerció como vocalista, se nutre principalmente de dos campos de cultivo: el rock y el teatro y algunos compromisos como el del Movimiento Zapatista de Liberación Nacional y el desarrollo de lo que fue la Izquierda Electoral, antes de segundas, terceras y próximamente cuartas transformaciones. Gran parte de una generación se identificó con Rita y con el grupo Santa Sabina, que ahora vive en el reciclaje de su propia nostalgia, de la que murió por el rocanrol en 2011.
El cine mexicano debería tener más chance y pantallas, como el de esta cinta de Marcelo Tobar, filmada a medios chiles entre un drama de acoso con barniz de road-movie. Sin embargo, la película se deja ver y hasta saca algunas chispas, cuando el protagonista invita y les da aventón a dos de sus compañeros a una reunión generacional, a pesar de que en la primaria los padeció en un bullying teledirigido. Todo —diálogos y coherencia de un buen guión— se siente de un modo natural, hasta que sucede lo que sucedió en Caborca. Su saldo fue un Ariel (por Coactuación femenina, Verónica Toussaint y Mejor Película en el Festival de Cine de Morelia (2017).