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Lo que nos faltaba: las biopics de figuras musicales en tiempo irreal. Netflix, tras el éxito de la serie de Luis Miguel que rezuma producción y que ha potencializado, una vez a la semana, a figuras malignas como Luisito Rey, el papá de El Sol y la verdadera razón de la serie, tiene ahora pisándole los talones de la fama al Príncipe de la Canción: José José, no con una serie sino con una telenovela interminable.
Mientras Diego Boneta, que interpreta al rollizo cantante enseña sus tornadas nalguitas en algunos de los capítulos de la serie, donde los verdaderos villanos del encadenamiento de la historia cambian tanto de color serio como de intenciones disqueras mezquinas y calculadas, lo mismo que una turba de vividores profesionales, parásitos y familiares sanguijuelas, el pobre Luismi se las ve negras por los malos manejos de su dinero.
El problema de ambas “series” es todo sin medida y bienvenidos los excesos. Sin embargo, no es lo mismo un capítulo de Luismi a la semana, que 60 de sopetón y aguante para el melodrama desproporcionado que conforma la primera temporada de José José. Cada uno tiene sus fans en sus biopics televisivas, pero hay que medirse. En ese sentido, el de los excesos y alargamientos de historias paralelas en lo que se cuenta (según los que escriben los capítulos de cada serie) José José se lleva las palmas en la historia de su vida, los familiares que lo rodean (incluyendo madres metiches), el trago, las anfetas, cocaína y las demás adicciones paralelas, las desproporciones de la abundancia, los malos, buenos y peores amigos que involucran a novicias rebeldes en busca de la redención, profesionales del acostón, artistas de la época, lugares de cultos pasados (como El Patio), la corrupción de la clase política muy venida a menos, los partidos monolíticos (el PRI), los gánsters del momento… y las claves de quién es quién, y el ¿para qué soy bueno?
Si a eso se le agregan las intrigas faranduleras, los periodistas que se cambian de fuente como de calzones, la brujería en sus dos acepciones; magia negra y blanca, las intrigas familiares y los roces con personajes buenos para nada, expertos en la transa y el dinero fácil, lo único digno que queda son las muchas canciones del Príncipe (rigurosos hits, en las dos disqueras que lo tuvieron: RCA y Ariola).
La enseñanza que deja el culebrón de José José en un a calzón quitado, es el funcionamiento interno de las disqueras (tal y como sucede también con Luis Miguel), con directivos totalmente, ya no se diga tontos y sin visión a futuro, sino verdaderos imbéciles de la burocracia disquera como un tal Cutolenc, que le impide grabar a José José con nada menos que Frank Sinatra. Otro punto en ambas series es el manejo de los nombres reales de los protagonistas, algunos bien usados y otros inventados o convenientemente “maquillados”. Por ejemplo: Mauricio Garcés es Mauricio Garcés, mientras que a La Güera (que es Claudia Islas), nunca se le trata con su nombre real.
Ambas series en lo sentimental, amoroso y privado revelan pasado, presente y futuro de Luismi como de El Príncipe, llevándose la peor parte José José, desde sus encuentros cercanos del primer tipo con la Kiki Herrera Calles (muerta luego en condiciones misteriosas), estacionándose luego con Anel Noreña, su voraz hermano y lo que venga en la segunda temporada. Se sabe (de fuente confiable) que Netflix editará la historia de José, quitando la paja de historias paralelas a la trama principal.