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Por esas extrañas razones económicas o no del rocanrol, Ocesa nunca trajo a uno de los más grandes iconos del rock estadounidense: Tom Petty, fallecido esta semana debido a un ataque al corazón, que se le rompió, irónicamente como a muchos de sus compañeros de Los Heartbreakers.
En 2007, el director de cine Peter Bogdanovich, bajo el auspicio de Warner Bros, le filmó uno de los rockumentales más totalizadores en la historia de la música: Runnin’ down a dream, con una duración de poco más de cuatro horas de historia, concierto celebratorio en Florida (de donde era oriundo), y todo empacado en triple pack de tres DVD.
Su muerte a los 66 años, y la de otro imprescindible (pero desconocido), Michael Brecker, representan uno de las más trágicos dobletes en la mortalidad roquera, que aún respira, entre tanto mal olor musical que se confecciona ahora. Tony Dimitriades, su representante, anunció la noticia, de quien murió rodeado de la familia y amigos cercanos. Su última actuación en el Hollywood Bowl angelino, la semana pasada será, en caso de haberse filmado en algún formato digital, oro molido, porque como casi siempre sucede, la puja en el mercado cambiario del vinyl y el CD, cuando es una muerte famosa, no repara en nada.
Nueva York ya llora porque Petty y banda, que tenían programado un aterrizaje para el 8 y 9 de noviembre, no podrán cumplir con ese don melódico de sus canciones que era su carta fuerte, inspirado en Elvis y Dylan (este último compañero luego en ese ese proyecto maravilloso que fueron los Travelling Wilsburys, los de la discografía de “no hay volumen dos sino uno y tres”, con algunos —George Harrison, Roy Orbison y ahora Petty— ya en el cielo, esperando sólo al inmortal Bob Dylan y al Electric Light Orchestra: Jeff Lynne).
¿Cuál era la magia de las harmonías de Tom Petty y su extraordinaria banda?: un compuesto secreto de laboratorio con medicina patentada con un gramaje clínico misceláneo por ideas harmónicas de Graham Parker y El Rumor, The Jam, Elvis Costello, Los Beatles, The Faces y Nick Lowe, entre otros, magnificados por la guitarra de Mike Campbell, un veterano de la primera banda de parto con dolor: Murdcrutch, al igual que el tecladista y guitarrista Benmont Tench y el resto de los “Rompe corazones”, que desfilaron a través de los años locos: Ron Blair, Scott Thurston, Stan Lynch, Howie Epstein y Steve Ferrone.
La voz blanca de rock y soul le dieron otro linaje al nacido en Florida y la popularidad vino después de muchos experimentos musicales y varios pleitos con disqueras desde el despegue accidentado de Mudcrucht que prácticamente no tuvo vida discográfica, salvo dos discos inesperados al final del camino. Petty decidió mudarse a Los Ángeles, dejando en el camino a Don Felder, luego músico de The Eagles que lo ayudó desde el principio. Sólo lo siguieron los buenos: Campbell y Tench. De una broma, según cuenta Petty, nació el nombre de The Heartbreakers y de ahí de una sólida y competente discografía de rock pop (incluidos sus discos en solitario) basada en mitos, vida y milagros del estadounidense promedio.
Queda un puñado de buenos discos (más de 25, más compilaciones y cajas grabados entre 1976 y 2016), rockus reales más blu-rays y DVD de conciertos que desde ahora serán clásicos y referenciales para los que saben apreciar otro linaje en el rocanrol de quien estaba celebrando 40 años de atrevimiento y perseverancia en el negocio.