Difícil pensar en biopics de rock nacional cuando ni del Vive Latino (que inicia mañana sábado en su edición 20) se tiene registro alguno profesional en DVD; apenas hay que conformarse con pequeños testimonios fílmicos, pero no actuaciones completas de los que sería a todas luces y sonidos un negociazo. Pero aquí como dice la canción de Caifanes: “¿Serán los dioses ocultos… o serás tú, será una decisión mortal?
Lo cierto es que a lo más que llegan los grupos considerados como deidades o divas es a un rockumental. Ahí están los ejemplos del Festival de Avándaro, entidades progresivas del pasado como Chac Moll, con producción de Tres Tristes Tigres y dirección de Víctor Vallejo, con narración de Juan Villoro; o testimonios de ese otro rock pobre y desorientado como Un toque de rock, de Sergio García, Esclavo del rock, de Luis Kelly sobre Alex Lora y No tuvo tiempo, la urbanohistoria de Rockdrigo, por citar algo de lo mejorcito.
Otros rockus rescatan bajas y altas pasiones de muchos grupos del rock mexicano, a manera de testimonios de su momento. Uno de ellos, tal vez el mejor, aunque sin difusión más que la subterránea) es Detrás del Rock, de Juan Carlos Valladolid Bocanegra, que le costó sangre, sudor, lágrimas y marketing emergente. Otro sería Alicia en el Subterráneo, de Alejandro Corona, que libera mucho de lo fraguado y ocurrido en el mejor lugar under, de la CDMX. Sin embargo, las biopics son otra cosa.
En este sentido, Naco es chido, de Sergio Arau, sí funciona a manera de biopic de los botellos. Su regreso y la búsqueda de la canción perdida, para contar transas, mentiras y video, se pasea por el callejón de la fama y la pena ajena, pero nos lleva, en tono de falso documental a su historia —bastante sobreactuada, por cierto— con sketches bastante previsibles y actuaciones hasta de muertos sagrados, como Carlos Monsiváis.
Descontando los especiales de rigor de Clio arropados sospechosamente por Televisa y Enrique Krauze, el Canal 22 y hasta la “verdad” a medias del rocku de Size: Nadie puede vivir con un monstruo, parece que nadie se anima. Ni tacubos, que se quedaron en la simple anécdota de Seguir siendo, de Mario Contreras, con guión de José Manuel Cravioto (el apologista de don Alfredo Ruiz Galena).
Caifanes apenas cuentan con una parodia de lo que han sido como grupo en la kilométrica serie de José José y la verdad no van a ninguna parte más que a la risa bajo el nombre de Caimanes. Café Tacvba no se ha atrevido. Lora podría, pero le gana la pena ajena. Por eso, extra fronteras funcionan bien películas-biopics como Bohemian rhapsody, donde un roquero sin fronteras puede ser una estrella del rock y contar la vida de él y sus compañeros sin arrugarse.
Antes, Beach Boys ya se habían atrevido con Love & mercy (2014) que cuenta, con más pena que gloria, el proceso de grabación de su disco Pet sounds a través de la personalidad dividida de Brian Wilson interpretado por Paul Dano, cuando era joven y John Cusack, ya de viejo. La Wrecking crew, que interpretó mucho de lo musical, en la realidad, se cuece aparte. Dylan tuvo seis actores para contar su vida en I’m not there. Sid Vicious una (Gary Oldman) para morir en Sid y Nancy. Tina Turner, también una para dar fe de usos y abusos de su marido, Ike Turner. Buddy Holly, una: Gary Busey que casi se pasa de intérprete.
Cuando el rock mexicano sepa reírse de él mismo, la cosa se puede poner buena.
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