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Margarita Zavala renunció a la candidatura presidencial después de un esfuerzo descomunal para ofrecer a los electores una opción diferente, verdaderamente democrática, con la posibilidad de que una mujer estuviera al frente de la Presidencia de la República.
Con este acto, Margarita demostró su altísima calidad moral, al poner por encima el interés general sobre su propia candidatura. Fundamentalmente, buscó que sus simpatizantes tuvieran la libertad para elegir entre opciones con más posibilidades que las que en ese momento ella tenía.
La renuncia demuestra una total congruencia con sus principios y que su objetivo no era el cargo en sí mismo, sino el mayor bien para el país y su gente. Para Margarita la política es, ante todo, una vocación de servicio.
Para ella, como para quienes la hemos apoyado, la renuncia ha sido una experiencia dolorosa, muy triste, pero a la vez esperanzadora. Siempre en estos momentos vivimos sentimientos encontrados; por un lado, de frustración, pero por el otro, de satisfacción al constatar que cumplimos la misión y apoyamos la mejor opción.
Margarita buscó ser candidata del PAN y no lo consiguió. Después de 32 años de militancia renunció para seguir por la vía independiente y, desde el inicio, tuvo que remontar todos los obstáculos inimaginables.
Primero, el número de firmas exigidas por la ley, casi 900 mil. Francamente desproporcionado, ya que representa cuatro veces el número de miembros que un partido político debe comprobar para mantener su registro; por esta razón, se requirió de miles de auxiliares con la organización que esto implica. La aplicación electrónica diseñada por el Instituto Nacional Electoral (INE) para recabar firmas representó innumerables problemas en su ejecución; invariablemente, había que repetir la foto y corregir distintos dígitos erróneos. A pesar de dos actualizaciones, los problemas nunca se superaron.
Por otra parte, el INE toleró las mayores inequidades de este proceso electoral, que fueron la simulación de las precampañas, por parte de todos los partidos políticos agrupados en coaliciones, así como la enorme diferencia en el financiamiento público. Resulta que en ningún caso hubo precandidatos; es decir, los aspirantes de las principales coaliciones y partidos políticos ya estaban designados, sin la participación democrática de los miembros de cada partido; ninguno de los candidatos de las tres coaliciones se enfrentó a una convención, lo que representa una regresión democrática muy grave para el país.
Los partidos políticos recibieron para el proceso electoral alrededor de 12 mil millones de pesos, una cifra insultante, dadas las carencias de la población, mientras que los candidatos independientes tenían acceso sólo a una cantidad raquítica comparada con la de los partidos. Margarita decidió renunciar a estos recursos y apostar sólo al financiamiento privado, a través de una campaña dirigida a todos los electores.
Como independiente, Margarita tuvo derecho sólo a una milésima parte de los spots publicitarios en radio y televisión.
Si bien se hizo un gran esfuerzo de comunicación en redes sociales, al final estábamos en una situación de total inequidad, con mínima publicidad y prácticamente sin recursos privados.
A diferencia de las precampañas simuladas, donde no hubo participación ciudadana, la candidatura independiente de Margarita Zavala fue avalada por más de un millón de electores que dieron su firma libremente y donde no se gastó un solo peso de dinero público.
Margarita deja una huella que quedará en la historia y que obligará a un replanteamiento a fondo de la vida democrática del país, de los partidos políticos y de la forma misma de gobierno. Quienes participamos junto a ella estamos orgullosos de su valentía, generosidad y amor por México.