José Luis Luege Tamargo

Destrucción de la presa Anzaldo

14/05/2018 |00:53
Redacción El Universal
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La semana pasada me referí al creciente riesgo al que se enfrenta la Ciudad de México por la falta de visión y atención en la regulación hidrológica.

En temporada de lluvias resulta imposible la conducción de los escurrimientos por los sistemas de drenaje. El crecimiento desordenado acabó con grandes extensiones de áreas verdes. Tenemos ya un daño irreversible en áreas naturales protegidas, como en la Sierra de Guadalupe, el Desierto de los Leones, Los Dinamos, el Chichinautzin y el Cerro de la Estrella.

Al invadir zonas de conservación donde tenemos suelos permeables, también acabamos con la recarga del acuífero y por lo tanto, estamos firmando nuestra sentencia de muerte porque el agua subterránea es nuestra principal fuente de abastecimiento.

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Como si este desastre fuera poco, al crecer las urbanizaciones sobre los suelos de conservación, en la temporada de lluvias el agua en lugar de infiltrarse corre por las avenidas en mucho mayor volumen y ésta es la razón del incremento de inundaciones. El sistema de desagüe, además de obsoleto y sin mantenimiento adecuado, no puede conducir los excedentes. Por esta razón, es imprescindible mantener en buen estado el viejo sistema de regulación.

Desde los años 30 en el siglo pasado las autoridades de la Secretaría de Recursos Hidráulicos ya tenían previsto la necesidad de establecer sistemas de “regulación horaria”, consistente en la construcción de un conjunto de lagunas que son llenadas durante las tormentas y luego vaciadas en 24 horas.

Hoy voy a tratar el caso de la presa Anzaldo que fue construida en 1933 con una capacidad original de 210 mil metros cúbicos de almacenamiento, muy reducida en la actualidad. Se localiza en la confluencia del Periférico y Luis Cabrera con El Pedregal, en el límite de la delegación Magdalena Contreras; es vital en el control de avenidas de las zonas altas para la seguridad de miles de familias que habitamos esta zona.

Quienes circulamos por Periférico Sur a la altura de San Jerónimo, podemos apreciar justo en el puente de Luis Cabrera del lado oriente, cómo emerge desde el fondo de la presa un gigantesco edificio en construcción.

Por cuestiones de seguridad es evidente que no debería haber construcciones de ningún tipo entre la presa y el Periférico. El Gobierno de la CDMX está obligado a garantizar la correcta operación y la seguridad de las presas de regulación y en este caso es evidente el alto riesgo al que se enfrenta esta construcción, pero mucho peor es el daño que se le está ocasionando a la propia presa Anzaldo y a todo el sistema de seguridad hidrológica de la Ciudad.

La construcción del Periférico, que se llevó a cabo a partir de 1964, siguió el Plano Regulador de la Ciudad de México, elaborado por el arquitecto Carlos Contreras. Específicamente en el tramo de Periférico Sur a la altura de San Jerónimo, se respetó la delimitación de la presa Anzaldo, que para entonces ya tenía 30 años operando.

El espacio entre la vialidad y la orilla de la presa es de seguridad vital y corresponde a una “zona federal” donde, de acuerdo a la Ley de Aguas Nacionales, no puede haber ocupaciones ni construcciones. ¿Quién puede explicar esta mole de edificio de miles de toneladas de acero y concreto, que ocupa toda el área de seguridad entre la presa y el Periférico?

Aunque suene radical, esta obra ilegal tiene que ser suspendida y se debe proceder a su demolición inmediata porque están poniendo en riesgo a miles de familias, pero además, porque es evidente la profunda corrupción de las autoridades que lo permitieron.