En las últimas semanas los capitalinos hemos sufrido innumerables problemas con inundaciones, socavones y accidentes provocados por el mal estado del desagüe de la Ciudad. Me consta el enorme esfuerzo que realiza el Sistema de Aguas de la Ciudad de México para procurar mantener el complejo sistema de drenaje, pero el problema es muchísimo más complejo de lo que parece.
La red de tuberías para el desalojo de las aguas negras y de lluvia es obsoleta, muy vieja y en los últimos 20 años el Gobierno de la CDMX no ha aportado los recursos necesarios para su modernización y correcto mantenimiento. La política imperante ha sido: “lo que no se ve no se atiende”. Es preferible tirar el dinero en programas inútiles, en lugar de invertir en un servicio fundamental para la seguridad de los habitantes, que es precisamente el drenaje.
Debajo de nosotros, por donde caminamos o circulan vehículos, se encuentran tuberías rotas e incluso colapsadas. Los trágicos socavones que aparecen por todos lados no se forman de la noche a la mañana, se deben al arrastre paulatino de sólidos provocado por fracturas en los ductos y por fugas. Pueden pasar meses o incluso años para generar una gran oquedad que súbitamente provocará el colapso del piso de la calle.
La Ciudad está condenada a sufrir inundaciones cada día más graves por cuatro razones principalmente:
1) La Ciudad creció de forma anárquica y explosiva, invadiendo áreas de bosques, zonas agrícolas y de reserva, sin respetar los ordenamientos ecológicos y el más elemental sentido común, por tratarse del suelo permeable del Valle de México, que permitía la infiltración del agua de lluvia y la recarga del acuífero. Cuando se presentan fuertes lluvias y al no tener el espacio de infiltración, los escurrimientos se incrementan exponencialmente, rebasando la capacidad de conducción. Además del abandono del mantenimiento, tampoco ha habido una adecuada planeación para el crecimiento del drenaje de la Ciudad.
2) Debido a la sobreextracción de agua del acuífero, el suelo de la Ciudad se hunde aceleradamente; hay zonas, sobre todo hacia el oriente, que presentan velocidades de hundimiento de hasta 40 centímetros por año. Este fenómeno ha provocado que la mayoría de los desagües naturales hayan perdido su pendiente original. Los tradicionales ríos convertidos tristemente en drenajes de aguas negras, como Churubusco, Mixcoac, La Piedad, Los Remedios, por mencionar algunos, corrían sus aguas de forma natural del poniente al oriente descargando en el Lago de Texcoco. Absurdamente, se optó por usarlos de basureros y descarga de aguas negras y finalmente entubarlos como simples drenajes. Debido a los constantes hundimientos, estos desagües ya no tienen capacidad porque sus pendientes naturales se han invertido, obligando a utilizar costosos sistemas de bombeo para poder desalojar las aguas negras. Este fenómeno forzó a utilizar el sistema de drenaje profundo como drenaje de aguas negras, cuando estaba diseñado sólo para manejar el desalojo de las aguas pluviales.
3) La capacidad de regulación hidrológica se ha reducido dramáticamente. Es inconcebible que desde los años cuarenta, en el siglo pasado, los responsables de la entonces Secretaría de Recursos Hidraúlicos, diseñaron un complejo sistema de lagunas de regulación principalmente en el poniente del Valle. Desde aquel momento ya se veían los riesgos de inundación para la Ciudad si no se contaba con un volumen determinado de almacenamiento temporal.
4) Para terminar de condenar a la Ciudad, la administración del presidente Peña Nieto decidió construir el nuevo aeropuerto justo en el espacio más importante para la prevención de inundaciones: la Zona Federal del Lago de Texcoco. Ahora, los grandes volúmenes que llegaban a esta zona natural de inundación, se tienen que derivar a canales saturados de aguas negras y al drenaje profundo. Sin embargo, en las últimas semanas ha quedado evidenciado que el sistema en general está colapsado, que no tiene capacidad suficiente y esto es lo que ha provocado la pérdida de sus bienes a miles de familias en el oriente de la Ciudad.
Que quede bien claro, no se trata de lluvias atípicas, sino de mala planeación, corrupción e irresponsabilidad.