Las discusiones recientes en torno al Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), en el contexto de la campaña presidencial, han llevado a reconocer que el principal problema de la capital de la República no es la capacidad aeroportuaria, sino el agotamiento irreversible de los acuíferos que alimentan a cerca de 20 millones de habitantes de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.
Pese a que el NAIM se haya convertido en un factor obligado de campaña, gracias a ello se ha reconocido también que la sobreexplotación de agua del subsuelo es el principal problema. Esto está ocasionando, además de la constante escasez y mala calidad del agua, fuertes hundimientos prácticamente en toda la Ciudad como uno de los fenómenos más graves a nivel mundial.
Se calcula que en promedio nos hundimos 10 centímetros por año, lo que equivale a 10 metros en el último siglo. En 1804, Alexander von Humboldt midió la batimetría del lecho del lago de Texcoco, descubriendo que estaba 10 metros por debajo del centro de la Ciudad. Hoy, se estima que estamos exactamente al revés.
Los hundimientos se explican por el tipo de suelo en gran parte del centro de la cuenca del Valle de México, conformado fundamentalmente por arcilla, que es un material plástico gracias a que en presencia de agua forma una “liga hidráulica,” pero al perder el agua asociada, disminuye su volumen y se convierte en un material quebradizo. Esto es lo que ocasiona los hundimientos. El grado de hundimiento está en función de tres factores: el nivel de desecamiento de las arcillas, el grosor de la capa y el peso de las construcciones superficiales.
En la zona centro hay espesores del orden de 20 metros de profundidad, pero en la zona oriente, específicamente en el lugar donde se construye el NAIM, la profundidad de las arcillas llegan hasta los 90 metros.
Por esta razón, aunque el promedio de hundimiento en la Ciudad se considera de 10 centímetros, en la parte oriente se registran hasta 40 centímetros por año. Las discusiones en torno al NAIM se han centrado en los costos, contratos de ejecución y vías de financiamiento, pero, a mi juicio, el problema real está en la falta de rigor en la evaluación del impacto ambiental de la obra.
La Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) no tomó en cuenta el principal factor del sitio donde se construye, que es la vocación natural de regulación hidrológica.
El polígono de 4 mil 431 hectáreas del proyecto representa el último reducto de lo que fue el lago de Texcoco, donde confluían los distintos ríos tanto de la zona oriente como del poniente. La MIA ni siquiera menciona un antecedente fundamental para la evaluación del impacto ambiental que es el Plan Lago de Texcoco, aprobado en 1971 mediante decreto presidencial, que tenía como objetivo la recuperación ecológica de la zona.
Entre otros muchos proyectos, se consideraba la construcción de lagos y lagunas artificiales con dos propósitos: la regulación de líquido cuando se presentan tormentas, y captar agua de escurrimientos, principalmente de los 11 ríos de Atenco y Texcoco. Podrían captarse millones de metros cúbicos de agua para consumo humano y a la vez dejar de extraer del acuífero profundo.
Por lo tanto, me parece que la discusión no debiera ser si se cancela o no el NAIM, sino más bien, ¿cuáles son las obras de mitigación?
¿Dónde están los proyectos para la construcción del sistema regulador que evite inundaciones en la zona oriente? ¿En qué espacios se van a construir lagunas de captación de los ríos? ¿A cuánto asciende el costo de los proyectos? Si queremos detener en parte los hundimientos, debemos dejar de extraer del acuífero, pero para eso requerimos los volúmenes que podríamos captar del agua de lluvia en lagunas artificiales. El Plan Lago de Texcoco contemplaba estas acciones.
Para centrar la discusión, propongo la revisión a fondo del impacto ambiental, hidrológico y urbano del proyecto.
www.ciudadposiblecdmx.org, Twitter: @JL_Luege