Tantos temas de harta trascendencia en tan poco tiempo, querida ciudad. Parecemos condenados a no resolver nada y a mirar cómo se agolpan noticias que al día siguiente se pierden en el limbo que puede ser el internet. Difícil culpar a alguien, claro. Entre la discusión de los nuevos aeropuerto y refinería, reforma educativa y estrategia de seguridad nacional, muchos temas pueden pasar desapercibidos. Pero no dejemos, ciudad, que el alboroto se apodere de todo. En este breve espacio, que importe lo importante: los libros. Más precisamente, los niños y jóvenes que los leen.

Recientemente, el director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, anunció cambios considerables en la organización de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil. Tu querida FILIJ, ciudad. Lo hizo con el desenfado con el que ha caracterizado sus primeros días en el encargo. Pero acaso, esta vez fue más allá de los modos. Si bien me parece inteligente y sensato que se utilicen criterios como economías de escala para aprovechar mejor a los escritores internacionales que trae la FILIJ haciendo otra FILIJ en Mérida, llamarle “absolutos ineptos” a quienes trabajaron en la Feria hasta su llegada no sólo es ofensivo sino harto impreciso.

México no es todavía el país lector que quisiéramos que fuera. Al piso tan desnivelado en oportunidades educativas desde preescolar hasta posgrado se suma la violencia, la pobreza y la falta de capacidad gubernamental para ofrecer servicios e instalaciones culturales más allá de las grandes ciudades mexicanas. Pero hay un camino muy virtuoso ya andado. El propio Taibo, lo recuerdo en entrevistas hace varios años, abogaba por el porcentaje de patriotas lectores. El país sí lee, pero los libros son muy caros, era y sigue siendo su diagnóstico.

Bajo esas condiciones uno pensaría que los libros tienen la probabilidad en contra para generar nuevos lectores en la población de niños y jóvenes. El país es más violento y los libros no han dejado de ser caros. Y contra todo pronóstico las ferias del libro son eso, una feria. ¿En qué momento comenzamos a hacer fila de toda la manzana para entrar a la Feria de Minería, querida ciudad? No es un fenómeno puramente chilango. La FIL Guadalajara pone el escenario donde Villoro y tantas otras plumas se sienten como rockstars, rodeados de gente que no sólo ha comprado sus libros, sino que se dio el lujo de leerlos. Y yo soy el menos viajero, pero estoy rodeado de creadores de historias que no paran de viajar de un estado a otro, trayéndome historias de las ferias.

Yo empecé a ir a la FILIJ en el Centro Nacional de las Artes de niño. Y no acabo de entender cómo cada año llega más gente a la feria, cómo se saturan todas las actividades y tarda uno en llegar a un stand y cómo se convirtió en una pésima idea llegar en coche a la Feria. Tal vez por nostalgia se me hacía desafortunado el cambio de residencia al Parque Bicentenario pero hasta ese cambio tuvo sentido. Desde lo más obvio hasta lo menos evidente: cabía mucha más gente y se llevaba una cosa tan grande como la FILIJ a una zona norte de la ciudad donde pasé varios años adolescente sin hallar una pizca de oferta cultural más allá del Jardín Hidalgo en Azcapotzalco.

Por eso encuentro en el dicho de Taibo no sólo agravio sino falta de precisión. Tantos años viendo crecer la FILIJ y volverse más interesante y más compleja no pueden ser obra pura de la serendipia. Taibo mismo sabe bien el trabajo que cuesta organizar una feria y yo he celebrado y disfrutado su esfuerzo independiente. Por eso calificar a todo mundo de inepto es simplemente demasiado. Porque cae en ese revanchismo que es muy notorio y harto dañino. Es un simplismo que parte del supuesto de que todos los que estuvieron antes eran ladrones e incapaces, y que todo lo que hubo antes, producto de aquella gente, es inservible e inútil. Claro que es indignante el cinismo al que llegaron los últimos gobernantes de todos los niveles y la voracidad que apenas cabe en el ancho internet y difícilmente podremos verdaderamente dimensionar.

Pero pensar que todos los que trabajaron en agencias gubernamentales en el pasado pertenecían a esa tropa de canallas es absurdo. Es anular, dentro de todo lo que estaba mal, aquello que flotaba. Ese sentimiento de revancha, de que ya llegamos nosotros, es más insensato de lo que parece porque implica destruir todo por la sospecha de que estaba topado de corrupción e ineficiencia. Y no tengo duda de que en muchos casos así era, pero cualquiera a quien se asigna dirigir una agencia de ese tamaño debería tener la visión para hacer un barrido fino y quedarse con todo lo que, a contracorriente, rodeado de corrupción y despilfarro, funcionaba bien. De ese tamaño es la FILIJ.

He leído a Taibo desde distintos ojos en mi vida. Desde los inundados de romanticismo revolucionario devorando páginas de la vida del Che hasta los enamorados de una Historia de México digna de contar. También lo leí como a un héroe cuando en entrevistas confesaba ser un ávido jugador de video juegos y defendía a los lectores mexicanos que tenían en el librero a Rulfo y varios cassettes de Super Nintendo. Pero ningún héroe es infalible, y con estos ojos de ahora me atrevo a señalar que lo dicho sobre la FILIJ -es decir, sobre toda esa gente que hizo esfuerzos sobre humanos para hacer un oasis de lectura en un país tan sórdido- no sólo es un insulto sino una jugada poco inteligente en favor de los libros y de los ojos que los leen.

Repasando esas biografías revolucionarias, tal vez una de las lecciones que brotan con el paso del tiempo es justo ésa: ¿de qué modo hacemos para que a nuestros héroes se les noten las costuras? Conviértelos en servidores públicos, diría la Historia.

Él debería saberlo más que nadie.

@elpepesanchez

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses