Mi suegro era un gran admirador de Pancho Villa. Quiero decir que había pasado de esa simpatía simple que se suele sentir por el personaje al que se le atribuye una vida atiborrada de amoríos y rebeldía. Su librero -el de mi suegro, quiero decir- daba muestra de que se había acercado a las varias de las biografías y novelas históricas que retratan a Villa. Y más todavía, las había leído, que ya es mucho decir en estos tiempos donde uno no acaba de leer ni un tuit. Mientras veíamos partidos de la selección, le daba por imaginar qué habría hecho el general de haber tenido que liderar al tri. La selección no se asemejaba mucho a la División del Norte -no importa en qué mundial lea usted esto-, pero eso sobraba, porque de pronto uno ya imaginaba a Villa mandando a sus dorados a la contención y a los mejores jinetes adelante. Más allá del ejercicio de imaginación, me gustaba escucharlo admirar a un personaje que ni él ni yo remotamente conocimos.
Eso me puso a pensar en qué cosa es la trascendencia, y por qué a veces en su búsqueda se van dejando cosas en el camino. No piense usted que es un comentario aleatorio perdido de esta realidad nuestra, la mexicana y la interconectada. ¿No cree que hay personajes empeñados en trascender incluso en esta era posmoderna? Qué llevaría a un empresario a lanzarse por la presidencia de una potencia mundial, si en ese otro medio suyo era ya considerablemente exitoso. Claro que puede tacharme de ingenuo. Hay otros intereses. Materiales, incluso. Desde luego. Pero vemos a ese mismo personaje ensimismado en construir el muro que tanto prometió pero que no recuerdo que alguien más haya pedido antes. Y en esa pesquisa por sembrar el muro se está llevando a una administración pública madura y estable entre las patas.
Ni qué decir de esa búsqueda en casa. La victoria del actual presidente está engarzada con un discurso en el que confesaba su deseo por pasar a la Historia, con mayúscula, como un buen presidente. Nada más. Que también hay intereses, que no sea doblemente ingenuo. Que igual son materiales e igual hay cosas en las que se parece tanto a los que le antecedieron. Claro. Pero esa búsqueda por trascender está ahí, acaso intacta. Y el peso o la condena de sus palabras también están ahí. Del mismo modo que mi suegro imaginaba al general Pancho Villa en la banca manoteando y azuzando a su escuadrón hacia la portería contraria, yo imagino igual esos monólogos que nunca sabré. ¿Y si cancelar el aeropuerto nuevo también le parece una mala idea, por todo lo que conlleva, pero ese peso de su dicho -de su promesa- es todavía mayor? Se me ocurre que esa búsqueda de trascender podría hacerle pensar que traicionar sus promesas le atora el torniquete de entrada al almanaque de los héroes. Qué cosa más tremenda debe ser ese pensamiento o esa lucha con uno mismo que otros asuntos igual de importantes se ven machucados o, en el mejor de los casos, resignados a un segundo término.
Evidentemente, este ejercicio imaginativo no tiene el propósito de justificar o criticar a ningún presidente. Bajen los teclados, amantes de la pelea en redes sociales. Tampoco hay garantía que una senda cantidad de errores o aciertos anoten a uno en el cuadro de honor de la trascendencia. La Historia no es una ciencia exacta. Y los personajes que nos toca ver y retratar en este tiempo tampoco son unos científicos maravillosos. Sólo me da por pensar que es curioso, en esta época en la que hay tanto que se publica que nadie lee, que se apelmaza en la ignominia y que es absolutamente intrascendente, que las palabras tengan un peso tan grande para algunos personajes que los acabe frustrando en esa búsqueda impetuosa por trascender. Ojalá que Villa, al menos, hiciera los tres cambios en la selección.