Empiezo con una reflexión dolorosa: 48 millones de adultos en México no terminaron la preparatoria. En esa cifra se centra, a mi juicio, uno de los mayores retos que tiene el país. Es imposible reflexionar sobre lo que para mí implicó el paso por la UNAM sin ponderar lo que en el México de hoy implica la ausencia de educación superior.

Cinco años: ésa es la diferencia en esperanza de vida de quienes terminan la preparatoria, respecto de quienes no lo hacen.

Esa preparatoria que ha sido históricamente motivo de orgullo de la UNAM. Ahí se ha forjado la grandeza de miles de mexicanos que han contribuido a definir, en muchas ocasiones, el destino del país. Hoy, la mayor parte de la población de la UNAM está centrada en sus preparatorias.

Es imposible soslayar la responsabilidad de los universitarios que han tenido la oportunidad de serlo.

Una responsabilidad que obliga, al concluir sus estudios, a activarse en la defensa de las ideas y en la construcción del país. Una responsabilidad de trabajar para que todos los jóvenes puedan hacer del acceso a la educación superior, palanca de desarrollo.

Los universitarios tenemos que contribuir a construir un México que ofrezca, frente al miedo, certidumbre; frente al enojo, combate a la impunidad; y frente a la frustración, un camino claro de reivindicación de los derechos sociales.

Para quien estudió en la UNAM, el Estado de Derecho no es una referencia, es esencia en la formación, es un valor, es convicción. El paso por la Universidad es un encuentro con el mundo de los valores, con el mundo del conocimiento. Por eso cambia nuestras biografías y cambia la biografía del país.

En cualquier foro en el que se les pregunta a los egresados: ¿Qué es lo esencial que les dejó la UNAM? la respuesta, prácticamente de todos, es que les dejó la vocación de servicio, que les dejó sembrada la semilla de la esperanza, del conocimiento y de la investigación y el compromiso por un México mejor.

Esa semilla que queremos que florezca en el país, la semilla de quienes nos sabemos receptores de una educación de excelencia y de quienes sabemos que no todos han tenido esa oportunidad. Esa semilla que la UNAM sembró en mí, explica lo que soy.

No sería el mismo sin el paso por la UNAM, por esa comunidad de maestros y alumnos congregados por los valores y el conocimiento en un fiel mosaico de México, porque la UNAM abre las puertas a todos y sigue siendo el mejor instrumento de capilaridad social.

En 1960, solamente 2% de la población había terminado la preparatoria; al día de hoy, después de enormes esfuerzos, la termina 40%.

La educación superior sigue siendo una gran oportunidad, y la educación superior en la UNAM, un espacio que está a la altura de las que ofrecen las mejores universidades del mundo.

De ese tamaño, en consecuencia, tiene que ser el compromiso de quienes somos egresados de la UNAM. Somos afortunados y el país nos exige estar a la altura de ese privilegio, con responsabilidad y participación.

Cada vez que en el país encontremos una circunstancia en donde el ciudadano se sienta insatisfecho, lo que tenemos de relieve es una falla institucional, y una falla institucional que toca resolver a quienes construyen instituciones.

Y de eso se trata, al final, el Derecho. Estudié Economía y Derecho, éste último en nuestra querida Facultad y, en el tiempo, me he venido dando cuenta de que el mejor elogio que se le puede hacer a un político es decir, precisamente, que parece abogado.

Porque eso quiere decir que finalmente entendió que la política se da en un marco de leyes y que son las buenas leyes las que permiten que el país funcione. Cuando el político asume ese respeto por las leyes y logra que el derecho haga posible instrumentar las mejores políticas públicas, significa que ya terminó su formación profesional y que está capacitado para construir instituciones que hagan mejor la vida de los mexicanos.

No tengo ninguna duda de que, con cargo a las muchas oportunidades que he tenido, una de las que llevo más cerca de mi corazón es ser universitario y formar parte de esta comunidad.

Mi vocación y las oportunidades que me dio la vida me han llevado por un largo recorrido en el servicio público. Durante mis desempeños siempre he tenido presentes los valores que me dejó la UNAM y siempre he procurado honrarlos y hacerlos realidad.

Desde aquí le rindo mi tributo de admiración y gratitud a la UNAM y desde aquí convoco a que todos ayudemos a la Fundación UNAM para que muchos más jóvenes puedan acceder a las oportunidades de vida que día a día se van construyendo en esa formidable Institución.

Abogado por la UNAM y Economista del ITAM

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