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Días antes del debate corrieron rumores y columnas sobre un posible acuerdo entre el PRI y el PAN para, como en otras elecciones, respaldar en común a quien se halle en segundo lugar para tratar de impedir la probable victoria de López Obrador. Y es que tras haberse roto las hostilidades entre ambos partidos a partir de la elección de Coahuila el año pasado, empezaron no sólo las descalificaciones duras entre ambos partidos, sino acciones concretas en detrimento mutuo: tirar al “Fiscal Carnal” Raúl Cervantes, lo que fue tomado como un fuerte agravio por Los Pinos; las acusaciones sobre el patrimonio de Ricardo Anaya y de su familia política, primero en los medios y después a través de la PGR; luego, la advertencia de Anaya de llamar a cuentas a Peña Nieto (nunca había ocurrido). El golpeteo mutuo se tradujo en un no pequeño descenso de Anaya en las encuestas, pero sin que se haya traducido en un repunte de José Antonio Meade, como se buscaba. En cambio, se le despejó el terreno a López Obrador, dándole mayor ventaja.
Jorge Castañeda señaló en una entrevista, días antes del debate, que en efecto habían tales contactos entre el PRI y el Frente para buscar un acuerdo, pero no que se hubiera ya concretado (después rectificó, percatándose quizá de que tales acuerdos no deben ser publicitados, diciendo que apelaba al voto útil de las bases priístas). Pero en el debate mismo los candidatos del “PRIAN” volvieron a atacarse mutuamente (y no con suavidad) dando una agradecible tregua a AMLO, que para entonces se veía acorralado (y muy enojado). Se había también especulado que el PRI-gobierno esperaría al primer debate, ver cómo le iba a Meade, y que si de plano no superaba su tercer lugar, entonces sí se buscaría el armisticio con Anaya. Pero la postura del equipo de Meade no parece reflejar que haya dicha disposición, sino más bien proyectan que intentarán todavía que su abanderado gane la elección. Todo parece indicar que por ahí irán las cosas. Se habla incluso de nuevos ataques a Anaya, en cuyo caso sólo logrará repetir lo que hasta ahora hemos visto: bajarlo en las encuestas y volverle a dar ventaja a Amlo. No se descarta del todo, sin embargo, que más adelante se busque dicho acuerdo (si bien ambos grupos se dicen dispuestos a aceptarlo, pero a favor de su respectivo candidato, no del otro).
No hemos visto el efecto electoral del debate, y habrá que esperar a que las encuestadoras nos entreguen su siguiente ejercicio. Veremos si se confirma lo que muchos suponen: una pequeña caída de Amlo, un moderado repunte de Anaya y el estancamiento o incluso caída de Meade. En tal caso, quizá el PRI reaccione, o quizá ni así lo haga e insista en empujar a su candidato “porque todavía hay tiempo”. Algunos sectores y personajes dentro y fuera del gobierno que desconfían de López Obrador apuran a buscar dicho acuerdo. En cambio, si las encuestas reflejan que Amlo mantiene su votación, que Anaya no sube (o casi nada) y que Meade también mantiene su posición, no habrán ni siquiera los incentivos para ese armisticio. Y en tal caso, con o sin acuerdo de por medio, ya muy poco podría hacerse para un desenlace distinto al que se ha perfilado desde el año pasado: el triunfo obradorista. Si el primer debate no cambia en algo el marcador, generando una nueva tendencia que eventualmente pudiera profundizarse, ¿qué más podría ocurrir para cambiar el panorama actual? Desde luego, hay grupos que animan a los electores al voto estratégico para apoyar a quien pueda ganarle a Amlo, pero el golpeteo y la trayectoria de Anaya es tal que muchos electores, pese a no verse precisamente entusiasmados por un posible triunfo de López Obrador, aseguran que jamás votarían por el frentista. El voto antiobradorista se mantendría lo suficientemente fragmentado como para permitir esa victoria de Morena. El problema para el PRI no es sólo la derrota en sí, sino que el partido se desarticularía, en buena parte, emigrando a Morena (que le abrirá las puertas de par en par).
Analista político.
@JACrespo1