Las tribunas son tierras sin ley. Representantes populares toman la palabra sin saber que decir. El arte de la oratoria entre muchos de nuestros legisladores se olvidó o se ignora.

Las grandes exposiciones desaparecieron. Eran aquellas que motivaban a explorar otras formas de pensar y, al mismo tiempo, tenían el poder para que los interlocutores actuaran de un modo diferente. Estaban plagadas de emoción.

Hoy ya no existen discursos incendiarios y memorables. El contenido de la exposición, si existe, se pierde en lugares comunes. Nuestros representantes populares olvidan que el mensaje tendrá más fuerza si se presenta desde una perspectiva firme y se comienza con una frase impactante.

Tradicionalmente el contenido se remarcaba al hacer una pregunta retórica que hiciera pensar a los asistentes y reclamara toda su atención. Hoy, ni el nombre función como un gancho.

En las presentaciones no se presta atención a los comienzos y finales. Investigaciones sobre la memoria muestran que el material que se recuerda más fácilmente resulta más impactante es el que se encuentra al comienzo y al final. Por ello es conveniente abrir y cerrar toda exposición de forma contundente.

Por otra parte, puesto que vivimos en un mundo cada vez más acelerado en que los despegues rápidos son norma habitual, sólo se tienen 90 segundos para captar la atención del público. De hecho, las investigaciones muestran que cuando nos presentan a una persona, comenzamos a formarnos una opinión de ella en siete segundos. En definitiva, nunca hay una segunda oportunidad para causar una buena primera impresión. En cuanto al final, una buena forma de terminar la exposición es con una rápida revisión del material cubierto o utilizando una cita genial, una historia o una anécdota.

Las citas son un material perfecto para potenciar el contenido.

Las historias son otro de esos ingredientes que ilustran el contenido y animan la exposición. Lo mejor de todo es que los asistentes las recuerdan mucho después de haber olvidado el nombre del conferenciante y el tema sobre el que habló, con lo cual constituyen un método de enseñanza realmente eficaz.

Pueden utilizarse de las seis maneras siguientes: como introducción; para romperel hielo con la finalidad de sacar al participante de sus preocupaciones externas e introducirle en el aquí y ahora de la sesión; como ejemplo, explicación o ilustración; como estudio de caso; como metáfora y como conclusión.

Podemos extraer historias de fuentes tan diversas como libros, revistas, películas, la biblioteca, los archivos formales e informales de la empresa u organización, cuentacuentos, nuestros hijos, amigos, familia y demás: todo vale si no nos extralimitamos al utilizarlas. Con frecuencia las historias sobre nosotros mismos, en las que mostramos nuestro lado más humano con la finalidad de ilustrar un punto, resultan ser las que tienen más fuerza intelectual y, si lo sabemos hacer con humor, también son las más divertidas. Esto se debe al deseo inconsciente del público de simpatizar con el orador, especialmente si este les resulta alguien cercano y sin afán de superioridad.

Sin embargo, los grandes presentadores no se limitan a las historias. Por el contrario, para que sus exposiciones resulten enérgicas, memorables e impactantes, se apoyan en la triple ventaja de utilizar, en primer lugar, historias convincentes para ilustrar el concepto, en segundo lugar una simulación para que los asistentes adquieran una experiencia de primera mano y, finalmente, una conclusión avalada por pruebas científicas.

¿Podremos genera r grandes oradores que convenzan?

Rector del Colegio Jurista

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