¿Cómo se persuade a la ciudadanía de los beneficios de reformar al país y a su gobierno? Esta fue una pregunta central para la actual administración, pero lo será todavía más para la próxima, que ya habla incluso de la Cuarta Transformación. Peña Nieto y AMLO compartirán el mismo reto: convencer a la ciudadanía de que sus reformas tendrán los beneficios esperados. Al igual que el presidente Peña, López Obrador enfrentará a una población escéptica, con lealtades partidistas débiles y, por lo tanto, propensa a cambiar de opinión en materia de asuntos gubernamentales.

López Obrador triunfó con facilidad en estos comicios porque durante la campaña ganó las simpatías de cerca de 20% del electorado que inicialmente le había regateado su apoyo. De noviembre al día de la elección pasó de 36% en intención de voto a 53% de los sufragios. Es decir, por lo menos un tercio de su coalición electoral es de reciente adquisición. Si analizamos también la composición de su base electoral podemos observar que una parte importante la conforman grupos tradicionalmente volátiles: los jóvenes y las personas con educación universitaria. Lo anterior sugiere que, en el mediano plazo, mantener el apoyo de la mayoría de la población será una tarea harto compleja para la administración lopezobradorista.

Cualquier reforma implica una redistribución de costos y beneficios. Quienes antes eran ganadores pueden pasar a ser perdedores y viceversa. Hoy la alta burocracia (los empleados de confianza) se perfila ya como un grupo perdedor pero la identidad del grupo o grupos ganadores está todavía por revelarse. Lo anterior ilustra un aspecto central de toda reforma: los costos se dan en tiempo presente pero los beneficios están en el futuro. Conforme transcurre la administración, si los beneficios no se materializan, se empieza a erosionar el apoyo ciudadano. Más aún, puede ocurrir que las distintas reformas generen grupos diversos de perdedores que sumados los unos a los otros constituyen un sector importante de la población. A esto se le ha llamado el surgimiento de una “coalición de minorías”. Para algunos la “coalición de minorías” explica por qué los nuevos gobiernos tienen una “luna de miel” con la ciudadanía de corta duración.

En este contexto, ¿cuál será la métrica que los ciudadanos utilizarán para juzgar al gobierno de López Obrador? Si bien AMLO es un maestro en el manejo de los símbolos políticos, una ciudadanía escéptica tarde o temprano exigirá resultados concretos. La métrica será muy simple. En lo económico, más empleos, baja inflación y mayor poder adquisitivo. En materia de seguridad, policía profesional, recuperación de territorios y espacios públicos y reducción de la violencia. En materia de servicios, los ciudadanos demandarán hospitales que atiendan correcta y oportunamente. De manera general, la demanda es que el gobierno funcione.

La evaluación del combate a la corrupción y a la impunidad puede prestarse más al manejo de los símbolos: encarcelar a personajes notables ya sea por evasión de impuestos, por corrupción o por delitos de otra índole. Pero un gobierno honesto y austero que no se refleje en una mejor calidad de vida llevará a la población a dudar del argumento que ve en la corrupción la principal causa de los males del país.

López Obrador llega con un mandato de cambio inobjetable. Su coalición electoral le permitirá hacer los cambios necesarios para implementar su agenda. Pero ello conlleva un riesgo si la administración no da los resultados esperados: AMLO, Morena y sus aliados serán los únicos responsables de ello. Los ciudadanos percibirán claramente quién está a cargo de la economía, de la seguridad y también del combate a la corrupción. Ante la concentración del poder público, no hay chivo expiatorio que valga.

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