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Nuestras instituciones representativas están en crisis desde hace varios años. En 2004, la ciudadanía reprobaba ya a diputados (5.1), senadores (5.3), partidos políticos (5.1) y sindicatos (4.7). En ese entonces, el Poder Judicial y el Ejecutivo pasaban de panzazo (6.3; datos de Consulta Mitofsky). Pero hoy, las cifras son incluso más pesimistas: la Suprema Corte de Justicia de la Nación y la Presidencia de la República están reprobadas, mientras que el resto de las instituciones representativas mencionadas no obtiene una calificación superior a cinco.
Quizá más preocupante, el apoyo a la democracia como forma de gobierno está en un mínimo histórico desde que Latinobarómetro empezó su medición en México. Durante el sexenio de Fox, en promedio, 55% de los mexicanos apoyaba a la democracia como mejor forma de gobierno. En el periodo 2013-2017, el promedio es de sólo 43 por ciento. En 2017 sólo uno de cada cinco mexicanos (18%) reportó estar satisfecho con el funcionamiento de la democracia en el país. Lo anterior está altamente correlacionado con el desempeño gubernamental: desde hace diez años el índice de confianza del consumidor desarrollado por Inegi ha superado solo una vez la barrera de los 100 puntos (año base 2003). Hoy está en 90 puntos y su momento más crítico en el sexenio ocurrió a raíz del famoso “gasolinazo”, cuando disminuyó a 68 puntos. En este contexto, es comprensible que la aprobación del presidente Peña sea la más baja de cualquier mandatario desde que se tiene registro de estas mediciones. El problema radica en que la Presidencia de la República es el corazón de nuestra democracia representativa.
El desencanto con las instituciones de representación política, sobre todo el presidente y los partidos políticos, explica en buena medida el éxito electoral de López Obrador y Morena, quienes se posicionaron exitosamente como la alternativa de cambio. Los ciudadanos poco a poco se alejaron de PAN, PRI y PRD, sobre todo estos dos últimos. En 2013 aproximadamente un tercio de la población se identificaba con el PRI. En vísperas de la elección solo 14% lo hizo. Por el contrario, los apartidistas, quienes rechazan identificarse con algún partido político, dejaron de constituir un tercio de la población para oscilar entre 50-60 por ciento del electorado en el periodo 2015-2018 (datos de Buendía & Laredo). El único partido que escapó de este rechazo a la clase política fue Morena gracias a su asociación con López Obrador. Es el único cuyas opiniones positivas se acercan a la mitad del electorado y que superan con creces a las negativas (+20). El posicionamiento del PAN tampoco es malo, pero sus negativos igualan a los positivos.
El reto para AMLO y Morena es que su triunfo no significa la desaparición del desencanto ciudadano. Sigue presente. Los ciudadanos decidieron que se fueran casi todos los exponentes de la clase gobernante nacional pero sería un error suponer que han entregado un cheque en blanco al próximo gobierno. Por ello es imperativo que el gobierno entrante dé resultados positivos. Si esto no ocurre se perfilarán por lo menos dos escenarios. Ante un hipotético desencanto con AMLO y con Morena,
1) Los ciudadanos voltean la mirada hacia los partidos de oposición. El problema es que actualmente la oposición está descabezada y desorientada. AMLO y Morena están en la cancha sin rival enfrente, jugando solos. En principio, Acción Nacional pareciera ser quien está en mejores condiciones de beneficiarse del voto opositor: la marca partido está lastimada pero no hecha añicos como la del PRI o PRD. Y tiene la ventaja de tener un importante número de gubernaturas y legisladores. Sin embargo, será la oposición más débil de los últimos sexenios. El PRI como oposición nunca llegó a estar en una situación tan difícil, ni siquiera después de la estrepitosa derrota de Roberto Madrazo. Este escenario, donde el descontento con el gobierno de AMLO se canaliza a los partidos de oposición, es positivo en la medida que el electorado sigue transitando por los caminos de la democracia representativa.
2) El descontento con el gobierno de AMLO no encuentra un vehículo partidista para expresarse. Morena no logra consolidarse como partido y se contagia del descrédito de la categoría. Este escenario sería conducente a una oposición fragmentada y favorecería la aparición de “outsiders”, candidatos con débiles o nulos vínculos partidistas. Los partidos serían simplemente una plataforma para la nominación.
Este último escenario es altamente impredecible en cuanto al rumbo que pueda tomar el sistema político. El electorado estaría más alejado y alienado del sistema político que hoy. Por ello, aunque sea una verdad de Perogrullo, es fundamental que los ciudadanos encuentren en la alternancia partidista una respuesta y solución a sus demandas más sentidas. Ya han intentado con el PAN y de regreso con el PRI. Ahora es el turno de Morena. Si no cumple las expectativas, la próxima vez los ciudadanos demandarán que se vayan todos.