El 1 de enero se cumplirán 25 años de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá. A pesar de que en su inicio estuvo acompañado por malos augurios —entre ellos el levantamiento zapatista—, el libre comercio es ya una pieza fundamental del entramado institucional mexicano. Incluso en los tiempos actuales, donde se habla profusamente del cambio de régimen, el libre comercio está fuera de la discusión. Es un elemento central de política económica en el que no se avizoran modificaciones sustantivas, aun cuando se presentó la oportunidad para hacerlo. De hecho, el presidente López Obrador resultó más pragmático y moderado que el presidente estadounidense Donald Trump.
Es de celebrar que la izquierda mexicana abrace, o por lo menos respalde, al libre comercio. El libre comercio gira alrededor de los consumidores, es decir, del ciudadano promedio. Históricamente, muchos de los cuestionamientos al libre comercio se referían a la posible pérdida de empleos. En esta línea de argumentación, los beneficios del consumidor eran secundarios en aras de mantener las fuentes de trabajo y las ganancias de los productores.
Cuando fue Jefe de Gobierno del DF, López Obrador señaló en una entrevista en la ahora extinta revista Cambio, que el gran error de la izquierda había sido dejar el tema de la familia en manos de la derecha (cito de memoria). Con su programa de apoyo a los adultos mayores, AMLO buscó remediar esta situación. En la misma lógica, me parece que otro de los grandes errores de la izquierda ha sido olvidarse del consumidor y de sus derechos. No es fortuito que la izquierda más exitosa del continente —en más de un sentido— sea la izquierda chilena que abiertamente ha impulsado una política económica centrada en el libre comercio y el consumidor.
Por sus beneficios económicos, el libre comercio puede ser rentable políticamente. Todos somos en última instancia consumidores. En México, una amplia mayoría considera al Tratado de Libre Comercio positivo para el país. Incluso el nuevo tratado, sujeto todavía a la ratificación legislativa entre las partes, cuenta con gran apoyo ciudadano: 80% de los mexicanos cree que esta nueva versión será buena para la economía mexicana (Buendía y Laredo, encuesta nacional, noviembre 2018). Solo 12% piensa que será mala. La percepción de que el libre comercio con nuestros vecinos del norte es benéfico para el país ha ido en aumento en el último año, al pasar del 62 al 80 por ciento.
Del mismo modo, 63% de los entrevistados señala que el nuevo tratado comercial lo beneficiará en lo personal, mientras que solo 19% opina lo contrario. Cabe destacar que la población no percibe al libre comercio como un juego de suma-cero, en el que las ganancias de un país son a expensas del otro. Por el contrario, 52% de los mexicanos señala que el libre comercio trae ventajas tanto para México como para sus contrapartes. Si sumamos el porcentaje que cree que el libre comercio beneficia principalmente a México, tenemos que 69% de la población piensa que genera ganancias para el país. Estamos lejos de aquella visión de antaño que igualaba apertura comercial con cierre de empresas y pérdida de empleos.
El libre comercio es ya una política de Estado. El tratado comercial con nuestros vecinos ha transitado de gobiernos priístas a panistas y se ha ratificado en el actual gobierno de izquierda. Lo mismo ocurre entre la población: el partidismo no afecta el nivel de apoyo al libre comercio con Estados Unidos o Canadá: 84% de las personas que se identifican con Morena lo respalda y los porcentajes son similares entre panistas, priístas e incluso apartidistas. Esto significa, y es un logro importante, que la bandera del libre comercio no le pertenece a partido alguno y, por extensión, que tampoco es de izquierda o de derecha. Significa también que este tema difícilmente será una rentable bandera electoral en un futuro. Cuando hay consenso partidista y ciudadano sobre un tema, este se vuelve bandera de todos o de ninguno.