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En los últimos días se ha escrito y debatido sobre una caída en el nivel de aprobación de López Obrador como presidente. A reserva de confirmar esta caída y estimar su magnitud, no debería sorprender tanto que su popularidad vaya a la baja. Así como no hubo una razón de peso que explicara su vertiginoso ascenso, tampoco es necesario que su caída se deba a una razón en específico. Puede ser simplemente un ajuste, un regreso al promedio.
Apenas tomó posesión del cargo, AMLO se benefició de la disposición de los ciudadanos a otorgarle un voto de confianza. El 1 de junio recibió 53% de los sufragios, pero en diciembre de 2018 su aprobación ya era de alrededor de 76% (Javier Márquez, Poll of Polls, pronto disponible en Oraculus.mx). Esta “luna de miel” es de mayor magnitud que la que tuvieron Peña Nieto o Calderón. Peña obtuvo 39% de los sufragios y su aprobación inicial fue de 57% (+ 18). Aunque la popularidad de Calderón creció significativamente entre los comicios y su toma de posesión, inició con un apoyo del 65 por ciento.
El nivel de aprobación de AMLO resulta único frente a sus predecesores inmediatos, pero sus números son similares a los que registró en su momento Vicente Fox. Fox obtuvo la victoria con 43% de los votos e inicio su sexenio con 71% de aprobación, un incremento de 28 puntos que rivalizan con el aumento que registró AMLO entre la elección y diciembre de 2018 (+23). Las victorias de Fox y AMLO tienen mucho en común. Ambas se basaron en altas expectativas de cambio. Mientras Fox pregonaba que las cosas mejorarían simplemente por echar al PRI del poder, el hoy presidente López Obrador le concedió efectos transformadores muy parecidos al combate a la corrupción.
Tanto Fox como AMLO le arrebataron el poder a gobiernos priistas, por lo que la expectativa de cambio era comprensible. Cuando Fox tomó posesión, el México contemporáneo jamás había sido gobernado por el PAN o por un partido diferente al PRI. AMLO también es un hito en este sentido: ningún partido de izquierda ha gobernado antes al país. Por ello, es razonable que los ciudadanos esperen modificaciones al statu quo y muestren receptividad al discurso de cambio de régimen.
El gobierno de Calderón, por el contrario, representó el paso de un gobier no panista a otro, mientras que el de Peña fue una alternancia PAN-PRI, los dos únicos partidos que hasta entonces habían gobernado nuestro país. Por esta razón, es natural que las expectativas de cambio, de mejoría en la economía nacional y familiar medidas en el Índice de Confianza del Consumidor (Incoco) del Inegi, no crecieran sustantivamente en la etapa de transición entre Fox-Calderón y Calderón-Peña. En cambio, después del triunfo de AMLO, las expectativas ciudadanas sobre el futuro económico del país se fueron al cielo (desafortunadamente el Incoco se empezó a difundir en abril de 2001 por lo que no hay datos para los meses inmediatamente posteriores al triunfo de Fox).
El paralelismo entre AMLO y Fox también es útil para entender la dinámica de la aprobación presidencial. Fox empezó a perder puntos una vez iniciado su gobierno y tuvo su punto más bajo (49%) al inicio de su segundo año, a partir del cual comienzó a recuperar terreno. Desde entonces, Fox nunca bajó del umbral del 50 por ciento de apoyo. Esto significa que, aun en su momento más difícil, Fox tuvo un nivel de apoyo por encima del porcentaje de votos con el que llegó a Los Pinos.
Así pues, una eventual caída en la aprobación de AMLO durante los próximos meses no debería representar una sorpresa. Incluso, es de prever que en el mediano plazo siga gozando de un alto nivel de aceptación ciudadana. Casos como el de Peña Nieto, donde el presidente pierde a su base electoral, pueden ser catalogados como atípicos. El sexenio apenas comienza, y la historia de la aprobación presidencial muestra que sería aventurado anticipar tendencias sobre la dinámica de la opinión pública. Habrá que ser pacientes.