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A partir de la decisión de cancelar el nuevo aeropuerto, algunos de los principales indicadores económicos del país se han deteriorado. Por ejemplo, existe cierto consenso entre los analistas económicos en que la reciente depreciación del peso se debe en gran parte a esta decisión del hoy presidente de México. La popularidad de López Obrador, sin embargo, no se ha visto afectada. Actualmente sus niveles de aprobación oscilan entre el 60 y el 70 por ciento, dependiendo de la casa encuestadora, mientras que sus opiniones positivas entre la ciudadanía ascienden a 73%; sólo 12% tiene una opinión negativa de él (encuesta nacional Buendía y Laredo, noviembre 2018). Estos números son prácticamente idénticos a los de agosto pasado.
Al parecer estamos ante la presencia del efecto teflón. El término se acuñó en la presidencia de Ronald Reagan para describir a un mandatario al que las críticas, o las consecuencias negativas de sus actos, no le hacían gran mella. De acuerdo a este argumento, un presidente teflón cuenta con una “capa protectora” que le permite afrontar decisiones impopulares sin mayor desgaste. Aunque al final Reagan sí pagó las consecuencias de la recesión económica, vale la pena explorar si López Obrador puede ser un personaje con atributos que lo blinden de la insatisfacción ciudadana.
La elección de 2006 muestra que AMLO sí ha sido vulnerable a críticas o campañas negativas. El bloqueo de avenida Reforma le fue muy costoso en términos de opinión pública y, como consecuencia, en 2012 inició la campaña presidencial en un lejano tercer lugar. Aunque pudo remontar esa posición, su porcentaje de votos fue inferior al de seis años atrás.
Fue durante el sexenio de EPN, particularmente en los últimos dos años, que su suerte empezó a cambiar: en febrero de 2017 contaba con 36% de opiniones positivas entre la población (33% negativas). Doce meses más tarde ya alcanzaba el 56% hasta llegar al 73% de opiniones positivas que disfruta hoy. Sus negativos decrecieron en forma abrupta, de 33% en 2017 a 24% en vísperas de la elección y hoy solo son del 12 por ciento. El reposicionamiento de AMLO es todavía más dramático si tomamos en cuenta el balance de opinión: de +3 en febrero de 2017 a +61 hace un par de semanas. La mejoría en la imagen de López Obrador no se explica por la llamada luna de miel; más bien, le precede. Dado que ya era ampliamente conocido desde 2006, los cambios en nivel de conocimiento tampoco explican el reposicionamiento. Durante la precampaña y campaña, AMLO evitó enfrentamientos y momentos de polarización, pero para principios de 2018 sus positivos ya eran de 49 por ciento y su balance de opinión de +24.
Una hipótesis a explorar es que el crecimiento electoral de AMLO está íntimamente ligado al descrédito de la figura de Enrique Peña Nieto. Los fracasos del hoy ex presidente reivindicaron la postura crítica del fundador de Morena, especialmente a partir del gasolinazo. Más aún, la impopularidad de Peña ha resultado un pararrayos que protege políticamente a López Obrador.
Los mexicanos están conscientes (71%) de que el peso se ha depreciado en los últimos tres meses. A pesar de que la depreciación inició con la decisión de AMLO de cancelar el nuevo aeropuerto, los ciudadanos no lo responsabilizan de la caída en el tipo de cambio. Por el contrario, 48% de los mexicanos culpa a la administración de Enrique Peña Nieto por el aumento del dólar frente al peso, 28% responsabiliza a los mercados internacionales y solo 8% lo atribuye a decisiones del entonces presidente electo. Incluso cuando se pide a los encuestados que mencionen a alguna otra persona, solo 16% menciona a López Obrador. En esta modalidad de respuesta, la responsabilidad del gobierno peñista por la depreciación del dólar suma 69 por ciento. Una dinámica similar se aprecia cuando preguntamos por el aumento en el precio de la gasolina (que está ligado al tipo de cambio).
La interrogante es qué pasará con este efecto teflón al ya tener AMLO las riendas del poder. Su figura se acrecentó gracias al descrédito de EPN y de su gobierno. En su ausencia, es previsible que cada día se le responsabilice más y más por el rumbo del país. Una variable crucial será la postura de la nueva administración frente a la saliente. El “borrón y cuenta nueva” puede ser políticamente costoso para el nuevo gobierno ya que EPN ha sido un “pararrayos” para AMLO. Si la situación del país no mejora, la administración entrante tendrá pocos incentivos para eximir al gobierno peñista del estado actual de las cosas. La política es muchas veces un juego de culpas. En ese juego, los gobiernos pasados siempre llevan las de perder.