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Últimamente todo es Texcoco contra Santa Lucía, Santa Lucía contra Texcoco. La decisión de cancelar o no la construcción ya avanzada del aeropuerto se convirtió, en las últimas semanas, en el tema más tratado en los medios de comunicación, en las redes sociales y hasta en las sobremesas familiares, ¿por qué?; primero, porque así lo quiso López Obrador, calentó este asunto desde su campaña y convirtió al aeropuerto de Texcoco en el símbolo del establishment con el que busca terminar; segundo, porque para muchos el manejo de este asunto se erigió como el paradigma de lo que será la forma de gobernar de López Obrador y su equipo, y tercero, porque hay muchos intereses y dinero en juego, lo que llevó a que los medios le dieran un lugar preponderante en impresos y electrónicos.
Lo peor es que el tema está polarizando a los mexicanos, convirtiendo a México en un clásico de futból: le vas al América o a Chivas, y ambos son acérrimos enemigos. Se ha querido ver como una batalla de pobres contra ricos, de empresarios contra pueblo, de ecocidas contra amigos del medio ambiente, de fifís contra chairos.
Pero la realidad va mucho más allá del momentum. No importa en sí misma la cancelación de la construcción del aeropuerto, lo que importa es cómo la cancelen, porque forma es fondo. Es por esto que, a partir de las formas empleadas en este asunto, hay miedo e incertidumbre de lo que pudiera venir con el nuevo gobierno, concretamente la posibilidad de un borrón y cuenta nueva, incluyendo la abrogación de leyes y la desaparición de varias instituciones existentes, recuerde usted que el Poder Legislativo federal está controlado por Morena.
Por el otro lado, el hartazgo que produjo el sexenio más corrupto de la historia, el de Peña Nieto, ha llevado a pensar que todo lo hecho hasta ahora es malo porque no ha producido los resultados esperados. Adicionalmente, el silencio de muchos empresarios frente a las burdas raterías y su acompañamiento en los aplausos de los mal leídos discursos del presidente saliente, los hizo cómplices del desastre. Pero nada de esto justificaría la decisión de que México vuelva a empezar de cero, o casi de cero, haciendo a un lado el Estado de Derecho.
La transparencia y el acceso a la información, por ejemplo, es una batalla ganada por todos los mexicanos, es un derecho fundamental que debe ser garantizado e incluso fortalecido, independiententemente de que a AMLO no le guste el Inai; el Sistema Nacional Anticorrupción no ha tenido siquiera la oportunidad de terminar su integración porque no tenemos fiscal ni magistrados; la reforma educativa no se había implementado a cabalidad y ya la van a eliminar.
Queremos una transformación, sí señor, sea la primera, la cuarta o la novena, queremos que abroguen leyes ominosas como la Ley de Comunicación Social, también conocida como Ley Chayote y que la sustituyan por otra que se redacte escuchando verdaderamente a la ciudadanía y que defienda la libertad de expresión, ya no queremos ximenas puentes que desprestigien a las instituciones, ni virgilios andrades que solapen el conflicto de interés de los funcionarios públicos, pero tampoco queremos tirar a la basura todo lo construido hasta el momento, hagamos una selección minuciosa de lo que no funciona y modifiquémoslo con análisis, argumentos y propuestas específicas, no sirven los discursos genéricos llenos de qués y vacíos de cómos.
Hay otros temas que son más importantes que el aeropuerto pero que nadie los ha convertido en simbólicos y por eso ni se mencionan; para muestra un botón: la entrega-recepción de la administración saliente, ¿sabe usted la cantidad de información que podría desaparecer de no tener cuidado con la transición? ¿usted sabe cómo se llevará a cabo?
En fin, es domingo a las 12 horas del nuevo horario y aún no conocemos qué pasará con el aeropuerto pero, independientemente del resultado, debemos dejar de polarizar y exigir sustancia más que discursos, el aeropuerto es un solo un símbolo y México es mucho más que chairos contra fifís, aunque a muchos les convenga reducirnos a eso.