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A nadie le queda duda que la mayor manifestación ciudadana de los últimos años en México ha sido la ocurrida a través de las urnas en la pasada elección presidencial, ésta respaldó de forma incondicional un proyecto de nación transformador, asumiendo como apremiantes las necesidades del país y la pertinencia de darles solución a la brevedad. Hubo razones de sobra para hacer posible un cambio de régimen: malos gobernantes, una economía decreciente, desigualdad social, violencia, corrupción, entre muchas más. Creo que este momento difícilmente lo olvidaremos.
Y es que hablar de una manifestación democrática por excelencia va más allá del espacio en que sucede, recae básicamente en las justificantes que animan su realización, el número de inconformes que genuinamente la ejecutan de forma coordinada y las consignas que se presentan para que una autoridad atienda.
Incluso, una manifestación ciudadana puede darse a través de espacios alternos, con tendencias en redes sociales como Facebook y Twitter, siempre y cuando esté respaldada por ciudadanos convencidos, como lo fue en su momento el movimiento #YoSoy132. Pero contrariamente no podríamos hablar de una manifestación genuina si esta fuese operada por un ejército de bots, por “acarreados” o por la rapacidad política de unos cuantos. Pues si bien es cierto que en una democracia cualquier persona tiene el derecho sagrado a manifestarse, el componente indispensable para su continuidad y permanencia en el escenario público es la naturaleza de su origen, o, mejor dicho, su legitimidad.
El pasado fin de semana se llevó a cabo la denominada marcha del silencio o marcha “fifí”, convocada por un grupo minoritario aspiracional, que tuvo desatinadamente una ausencia de objetivos y como “voceros” a los dos ex presidentes de extracción panista, ambos recordados por tener pésimos gobiernos, también porque durante su gestión la ciudadanía salió incontables veces a protestarles su omisión ante casos de corrupción, la ola de inseguridad, narcotráfico, homicidios y asesinatos. Como no recordar la marcha por la paz en 2008 que significó el repudio de los mexicanos a la fallida estrategia contra el crimen organizado de Felipe Calderón o la de junio de 2004 contra Vicente Fox. Pongo esto sobre la mesa porque ambas, fueron los antecedentes de innumerables protestas durante sus sexenios.
Podemos decir que están en su legítimo derecho, incluso, habría que resaltar que el Gobierno de AMLO cimentado en bases ciudadanas amplias y una larga lucha en las calles, defiende incondicionalmente las voces ciudadanas. Sin embargo, en la marcha “fifí” no hubo consignas, pero lo más preocupante es que no existe una oposición real al ejecutivo, se intenta llevar al extremo el capricho de una renuncia como las ultimas secuelas de un triunfo que no terminan de aceptar. Pretextar una supuesta ciudadanía para llevar gotas de agua a su molino por sus alicaídas figuras políticas y partido, nunca ha sido una buena estrategia, ya deberían saberlo los autores de la “guerra sucia” y “el desafuero”. Es muy lamentable que los supuestos lideres morales de este ejercicio ciudadano carezcan de toda moral política y congruencia. Nunca antes dieron la cara, pero en la marcha del domingo alegaron promover expresiones ciudadanas.
La reconfiguración de poderes e instituciones camina en el sentido de fortalecer los mecanismos legales para que los ciudadanos sean el centro de la política, nuestro presidente ha dado el mejor ejemplo desde los primeros días de su mandato al formalizar las figuras de revocación de mandato y consulta popular. Por eso sorprende que los panistas que hoy exigen a capricho la renuncia de Andrés Manuel López Obrador, sean los mismos que se oponen a la figura de revocación de mandato. Si esa es su verdadera aspiración hay vías para fluir muy sencillas: en la elección federal de 2021 promuevan una revocación de mandato para que ganen legítimamente en las urnas, eso es democracia, no a través del mecanismo de las marchas ni de asonadas.
Un país como el nuestro al que le costó sangre poder colocar la democracia participativa en el cotidiano, tiene el compromiso de preservar los mecanismos de expresión ciudadana. La evolución de nuestra democracia pasa por tener una cultura política participante, las manifestaciones sociales son parte indisoluble de un país como el nuestro. Tengamos especial cuidado de no contaminarlas con la politiquería de los que se quedaron estancados en el pasado porque en ese sentido seguirán disfuncionando con nuevos mecanismos institucionales o no, su estrategia es muy predecible y bastante desgastada.
Twitter: @horacioduarteo @JovConfuturo