Tengo frente a mí una fotografía de esa bienal de literatura que tuvo lugar en la Universidad de Guadalajara a finales de mayo, a la cual acudieron algunos de nuestros más conocidos intelectuales públicos para “alertar” sobre el “peligro” que, según ellos, corre la democracia en nuestro país.

En esa fotografía, tomada durante la clausura, aparece sentado en la primera fila, con expresión de sumo pontífice de la cultura y las artes, uno de los grandes exponentes de la mafia universitaria en el país: el ex rector de la Universidad de Guadalajara, Raúl Padilla.

La pose de este cacique cultural es en sí misma un relato. Es la de alguien que se sabe impune y exhibe su poder, que no se siente obligado a disimular su vida ostentosa ni cree siquiera que deba explicar cómo es que con un sueldo de simple profesor de asignatura puede darse una vida de príncipe.

Es el hombre que controla la segunda universidad más importante del país desde hace 30 años, desde donde maneja un presupuesto de casi mil millones de pesos al año con altos grados de opacidad, como bien ha documentado el periodista Pedro Mellado.

En Jalisco, Padilla es la cabeza de un grupo de poder fáctico (propietario entre otras de una pequeña franquicia llamada PRD) que por años ha utilizado a la universidad para hacer política y negocios al amparo del presupuesto público. Es la versión de Elba Estar Gordillo para la cultura en México.

La postura que se exhibe en esa fotografía bien podría ser la de un miembro de la mafia siciliana, de no ser por su indiscutible capacidad de promover ambiciosos proyectos culturales, y porque su mecenazgo sobre escritores, artistas e intelectuales le ha permitido lavarse la cara y blindarse desde la cultura.

Pero Padilla no está solo en esa foto. Junto a él aparecen algunos de los grandes autoproclamados liberales y presuntos defensores de la democracia (Krauze y Aguilar Camín, entre ellos), invitados asiduos a sus encuentros de alta cultura, donde todos los años parte del presupuesto público se ejerce en descorchar botellas de Chandon.

Esos intelectuales —como tantos otros— no pueden sino estar agradecidos por la forma generosa con la que han sido tratados en cada uno de los actos que organiza el “gran Padilla”, quien por años los ha convidado a sus ferias y festivales, y ha cobijado a varios escritores bajo con el manto protector de su generoso becariato. Difícilmente estos agraciados estarán interesados en preguntarse por el lado oscuro de Padilla, si su lado luminoso los ilumina de forma tan magnificente.

Mario Vargas Llosa lo sabe. Por eso en el momento de la clausura le rinde toda la necesaria pleitesía. Relata cómo tenían dificultades para organizar este encuentro y, de pronto, “surgió el licenciado Padilla”, un hombre a quien “la lengua española tendrá que rendirle un gran homenaje” (véase aquí: https://bit.ly/2IShsTL).

De esa forma zalamera se expresan este y otros intelectuales enemigos de los caudillos que en América Latina se eternizan en el poder, pero —al parecer— no de quienes son capaces de hacer realidad sus sueños artísticos o simplemente enaltecer su vanidad; no de esos caciques que se enquistan en instituciones culturales y educativas cual dueños y señores.

¿Será que por arte de magia “apareció Padilla”? ¿o que últimamente ha crecido su temor a que, finalmente, alguna autoridad se atreva a practicar una auditoría seria y lo investigue?

¿Será que en algo tiene que ver el que Santiago Nieto haya anunciado hace unos meses el congelamiento de cuentas en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo por prácticas similares a las de la UdeG?

De ser así, quizás el organizar actos públicos de oposición al régimen sea la manera a través de la cual el astuto cacique cultural está buscando chantajear o se esté preparando para presentarse como un futuro “perseguido del régimen”.

@HernanGomezB

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