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Al director general de Nacional Financiera, Eugenio Nájera los lineamientos de austeridad de este gobierno le tienen sin cuidado. Eso de no utilizar el patrimonio público como si se tratara de un bien privado no le cuadra demasiado.
Un día su amigo Alfonso Romo lo invitó a encabezar Nafin y Bancomext, dos bancos en proceso de fusión, y él aceptó. Sin embargo, ese predicamento de la 4T de trabajar seis días de la semana le dio lata desde un principio. La misma que le daba trasladar su residencia a la Ciudad de México, donde yace el domicilio legal de los mencionados bancos.
Sin embargo, Nájera creyó que podía venir a despachar a la Ciudad de México unos cuantos días de la semana y vivir en un hotel.
Sabíamos ya de esto —porque el mismo Nájera dejó constancia a través de un oficio que dio a conocer Salvador Camarena— que su domicilio personal seguiría siendo la capital de Nuevo León. Lo que ignorábamos es que con nuestros impuestos debíamos pagarle para que todas las semanas nos haga el favor de venir tres o cuatro días a trabajar.
Existe constancia a través de diversos correos electrónicos que entre finales de diciembre de 2018 y mayo del presente año se pagó todas las semanas al señor Nájera, con cargo al presupuesto de Nafin, sus boletos de avión y alojamiento en el hotel Camino Real, los cuales hizo indebidamente pasar por comisiones de trabajo.
Para junio de este año, los viáticos de Nájera ascendían a 230 mil 992 pesos, una cantidad que hubiera continuado creciendo mientras al director general le parecía éticamente correcto y legalmente admisible que los mexicanos le pagáramos sus boletos de avión cada semana, su hotel de cinco estrellas en Polanco y hasta sus whiskeys.
Así transcurrían las cosas en Nafin hasta que una alta funcionaria dentro de la institución decidió intervenir.
Se llama Martha Patricia Jiménez Oropeza y era entonces Directora General Adjunta de Administración y Finanzas en Nafin. Se trata de una heroína porque en lugar de aceptar las instrucciones del director, lo obligó por todos los medios a devolver hasta el último centavo.
La valiente decisión de Jiménez Oropeza, sin embargo, incomodó al director general de Nafin, quien luego de recibir un requerimiento de información de la Función Pública, optó por hacer llegar cuatro días después —y sin ningún escrito formal para evitar dejar rastro— una ficha de depósito al banco donde reintegraba los recursos indebidamente sustraídos de la dependencia.
El 13 de junio Jiménez Oropeza hizo llegar al director general un oficio en el que —con singular insolencia, pero admirable valentía— llamaba enérgicamente la atención de su superior por las “anomalías, inconsistencias y forma tan desaseada de conducir la Dirección General de Nafin y Bancomext”.
El oficio es un recuento detallado de la negligencia del funcionario, de la manera en que ha dirigido estas instituciones, y en los párrafos finales le señala que la ficha de depósito que le ha hecho llegar carece de sustento legal; le recuerda también que no puede hacer pasar viajes personales como “comisiones de trabajo” y le exige abstenerse de solicitar apoyo para este tipo de trámites.
Probablemente por su insubordinación y recta actuación, Jiménez Oropeza fue despedida de su puesto el 18 de junio. Este columnista intentó hablar con ella por todos los medios posibles, sin éxito (además de ser una heroína secreta, parece ser también un soldado de la 4T). De todo esto sabe el presidente, la secretaria de la Función Pública, y varios funcionarios más porque en su oficio al director —filtrado a este columnista— copió a medio gobierno.
Algo de esta historia llama poderosamente la atención: Jiménez es una figura muy cercana al círculo íntimo de López Obrador, quien la colocó directamente en ese puesto. ¿Por qué hoy, en lugar de haber recibido un reconocimiento, Jiménez Oropeza está aparentemente desempleada, mientras Eugenio Nájera sigue tan campante al frente de Nafin y Bancomext? ¿Será que en la 4T la necesidad de asegurar determinadas alianzas es superior a ciertas convicciones?
@HernanGomezB