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La carta enviada al rey Felipe VI debe leerse en clave de política interna. López Obrador actúa una vez más como un político provocador que busca politizar las desigualdades para ponerles nombre y apellido (ya antes escribí sobre el tema https://bit.ly/2UUdIFs). Un provocador que —dicho sea de paso— tiene grandes clientes que muerden cada uno de sus anzuelos.
Si vemos la 4T como un proceso de transformación cultural (no solamente como un cambio en la gestión pública), el presidente podría estar buscando —con el pretexto de una conmemoración histórica— delimitar dos campos en disputa a partir de una discusión sobre la identidad nacional, el clasismo, el racismo y la opresión étnica que está presente en México desde la Conquista.
Jugando un poco al distraído, el presidente estaría una vez más atizando la reacción de las élites, esta vez para forzarlas a salir del armario y mostrarse tal cual son, bajo el influjo de una reacción emocional. La jugada parece haber logrado su cometido: Nuestras élites han mostrado su carácter criollo o filocriollo para salir a demostrar que no han dejado de ser colonia, que se sienten orgullosos descendientes de los colonizadores, sino es que incluso serviles súbditos del Reino de Castilla.
Frente a la misiva presidencial, han reaccionado como si tuviesen algo que defender. Nada más claro que ese tuit —que hoy ya no existe— en el que una legisladora que dice representar a la “izquierda moderna” (¿izquierda señorial o colonial?) se dirige de forma muy republicana a “su majestad” para pedirle, constricta y genuflexa, que disculpe el oso de ese presidente que no la “representa”.
Nada más penoso que ese otro mensaje, que circuló profusamente en redes sociales, donde una joven tuitera con 30 mil seguidores agradece a los colonizadores porque gracias a ellos hoy no es “prieta”. Ni siquiera se le hubiera ocurrido a Franz Fanon concebir semejante forma de colonización mental.
Muchos gobiernos del mundo han ofrecido o pedido disculpas siglos después de las atrocidades cometidas: lo hizo España en 2015 con la comunidad sefaradí, expulsada en 1492; el papa Francisco con América Latina; Japón años después de la ocupación de Corea y ante las agresiones cometidas por su ejército en la Segunda Guerra. También lo hizo Clinton con los países africanos y Holanda con los indonesios. Sobran ejemplos.
Pero nuestra élite criolla considera que “hay temas más importantes” (típico pretexto para evitar un tema incómodo), e incluso que se trata de un “asunto superado”. Su reacción no podría ser más predecible. Evidentemente, de lo que no quieren hablar es de la raíz histórica de su privilegio (nuestro privilegio), del DNA que ha explicado y aún hoy explica su ventaja económica, social y política (nuestra ventaja).
Lo que incomoda a esta élite es que se hable de pigmentocracia y discriminación étnica y racial, temas que inevitablemente trae hablar de la Conquista y la Colonia. ¿O acaso alguien en su sano juicio puede afirmar que estos procesos tuvieron una importancia menor en un país donde hoy los blancos son dueños de la mayor porción del PIB?
En cuestión de días la élite criolla y sus comentócratas impulsaron un relato que relativiza los horrores de un pasado que sigue presente. Una narrativa que pretende edulcorar el genocidio de las civilizaciones prehispánicas para presentarlo como “el encuentro amistoso de dos mundos” y equiparar su esclavitud y sojuzgamiento de tres siglos con la forma en que los aztecas trataban a los pueblos vecinos.
El presidente no está efectuando una inútil búsqueda en el pasado. Como escribió William Faulkner en 1951: “El pasado no está muerto ni enterrado. De hecho, ni siquiera es pasado.”
@HernanGomezB