Desde el dogmatismo liberal y la autocomplacencia de un sector que ha sido incapaz de ensayar una autocrítica frente a nuestra fallida transición, AMLO es descalificado por ser un líder autoritario que va a conculcar la democracia o incluso conducirnos a una dictadura; cualquier cosa que el presidente haga o diga es y será leída en esa lógica determinista. Hace tiempo llegaron a semejante conclusión y están obsesionados en demostrarla.
Si el partido del presidente propone una reforma para disminuir el financiamiento a partidos —largamente criticado por grosero y excesivo—; si plantea reducir el presupuesto de órganos autónomos o bajar sueldos de jueces un analista ve la premonición de que vamos hacia un sistema político que “girará en torno a un solo hombre” (https://bit.ly/2UNzrQ0). Como si no fueran reclamos democráticos expresados claramente en las urnas. Como si la defensa de la autonomía de los poderes e instituciones de la democracia pasara por mantener privilegios de quienes allí sirven (o que de esas instituciones se han servido).
Si el presidente escribe un memo (que no pretende ser un decreto ni surtir efectos jurídicos) e instruye a sus subordinados sobre la manera de aplicar una norma (lo que ha hecho cualquier presidente), entonces “se comporta como si fuera un monarca absoluto en lugar de un representante electo”. Dirán que actúa “como si fuera un Presidente imperial y no un Presidente constitucional”, como escribió ayer otra articulista (https://bit.ly/2ICotdw)… Aunque en el fondo AMLO no ha hecho más que firmar en un papel lo que otros instruían a través del teléfono rojo.
Y si el presidente ensalza a un supuesto periodista que le hace una pregunta complaciente (Antonio Olvera) y “denuesta” a otro que le es crítico (Jorge Ramos), entonces está fijando, con esa sola acción, “los parámetros para la libertad de prensa”, como escribe esta semana otro articulista (https://bit.ly/2Uzb2fY). ¡Poco parece importar que el presidente haya sostenido un diálogo democrático con Ramos, mientras Donald Trump lo echó de una conferencia de prensa y Nicolás Maduro lo retuvo dos horas en Miraflores!
¿Y por qué no pensar que existen otras métricas a partir de las cuales se pueden fijar los parámetros de la libertad de prensa? ¿Acaso contar con medios públicos que reflejen la pluralidad no podría también ser uno? Si AMLO estuviese dispuesto a encabezar un régimen autoritario, ¿no habría intervenido ya esos medios para marcar una línea editorial? ¿Hubiera nombrado a perfiles fuertemente comprometidos con la democratización de los medios como Aleida Calleja, al frente del IMER, o Gabriel Sosa Plata, en Radio Educación? ¿Se mantendrían en Canal Once los Hombres de Negro y los perfiles más a la derecha como ha ocurrido? ¿Habría podido anunciarse la semana pasada la inclusión de un columnista liberal y antiobradorista en un nuevo programa del IMER, por dar solo un ejemplo?
No hay hasta ahora ninguna evidencia contundente de que López Obrador nos lleve al autoritarismo. Quizás este sexenio represente un avance democrático en determinados rubros y un retroceso en otros, lo veremos. Pero lo que sí es claro es que la narrativa que un sector de la intelectualidad intenta implantar carece de consistencia y, en algunos casos, esconde las frustraciones personales de un grupo de privilegiados que perdió el derecho de picaporte y ya no puede tronarle los dedos al poder para que se haga su voluntad.
Para ese sector no hay diferencia entre un estilo personal —distinto de quien típicamente se proclama como un demócrata liberal de dientes para afuera— y una forma de conducir el Estado. A veces pareciera que para ellos vivíamos en una auténtica democracia AMLO llegó a desbaratarla. No están dispuestos a hacerse cargo de que, hasta ahora, nuestro régimen se ha parecido más a un híbrido entre oligarquía y plutocracia con apenas algunos atisbos de demos y de kratos.