Alcanzo a “ Yulimar ” en un café del aeropuerto capitalino, poco antes de que la saquen de la CDMX para llevarla a un lugar seguro. La joven venezolana, de 19 años, tiene los ojos enrojecidos, un poco hinchados, por el llanto.
La engancharon a través de Facebook con la promesa de un empleo que le daría a ganar dinero a manos llenas. Terminaron anunciándola en la página zonadivas.com , en donde las fotografías la mostraban desnuda y semidesnuda, y en la que se especificaba que “Yulimar” ofrecía sexo anal.
Durante los primeros meses de su estancia en México, las personas que la trajeron, “Alex” (mexicano) y “Fabiana” (venezolana), la mantuvieron, al lado de otras venezolanas, en un departamento de la colonia Escandón.
En la entrega de ayer relaté que a “Yulimar” le quitaban la mayor parte del dinero que ganaba, con el pretexto de que debía pagar sus deudas con “la agencia” que la había traído, de que debía aportar una cuota para la renta del sitio en que vivía y de que era necesario, también, aportar una suma determinada para “la agencia y el jefe”.
Las venezolanas recibían, además, multas de 500 pesos por cada falla cometida: subir de peso o subirle a la música; mantener sucio el departamento o reñir entre ellas.
Después de un tiempo, a la joven le avisaron que su contrato en zonadivas.com había expirado. Fue enviada a un table dance de la Zona Rosa : el París Bar , en el que hay, explica, chicas italianas, argentinas, colombianas, venezolanas y algunas mexicanas.
Bajo la amenaza de que, si no pagaba sus deudas, su familia y ella misma podrían ser lastimadas, incluso asesinadas, comenzó a trabajar de lunes a lunes, de diez de la noche a siete de la mañana.
Un Uber las depositaba en la puerta del table. A esa hora exacta debían comunicar a “Alex” que habían llegado, y ponerse a las ordenes de Diego, el capitán de meseros.
“Estaba ahí nueve horas diarias. Si fichaba una copa de 480, 80 eran para mí. Si daba un servicio de 4,500, me daban mil. Al volver al departamento revisaban mi teléfono y mis cosas para comprobar que nadie me hubiera dado su número, que no me estuviera mandando mensajes con nadie, y sobre todo, que no me hubiera guardado dinero”.
Poco después del arribo de “Yulimar”, a aquel departamento llegó “Yahendry”, otra joven venezolana (28 años). “Yahendry” trabajaba en Caracas como peluquera, vivía con un obrero de la construcción, tenía dos bebés.
Pero un día la gente ya no tuvo para cortarse el cabello, y el lugar en donde su pareja trabajaba quebró. La crisis de Venezuela le rompió la vida. Él dejó de pasar dinero, y un día se largó. Cuando los niños mostraban signos de desnutrición, “Yahendry” se dejó convencer por dos antiguas clientas de la peluquería, quienes le habían dicho que para una mujer sola y con dos niños, la única manera de sobrevivir en Venezuela era la prostitución.
Le fue bien un tiempo, pero luego ni eso. Así se le ocurrió escribirle a una amiga de Facebook, “Fabiana”: “Llévame para allá”, le dijo.
“Fabiana” le dijo que necesitaba fotos suyas en ropa interior para mostrárselas al jefe. “Fotos de frente, de lado, de espalda”.
Un día le dijo que el jefe la había aprobado. Le enviaron el boleto y le dijeron frente a qué número de taquilla debía formarse al aterrizar en el aeropuerto de México. “Alguien de Migración te va estar esperando, pero te debes formar en esa taquilla exacta”, le escribió “Fabiana”. Le recomendó, también, que dijera que venía por seis meses, para visitar a su novio.
Hubo una confusión y “Yahendry” estuvo a punto de ser detenida. “Pero al final todo se resolvió con una llamada de ‘Alex’ y me dejaron pasar”, recuerda la joven, en la misma cafetería en la que he conversado con “Yulimar”, y en la que hoy ambas esperan el avión que finalmente pueda conducirlas a un lugar seguro, un lugar que se encuentre lejos de este infierno.
“Yahendry” salió de Migración y caminó hacia la puerta que le habían indicado. Ahí la estaban esperando “Alex” y “Fabiana” a bordo de un taxi.
Le habían dicho que aquí iba a ganar tanto dinero, que en seis meses podría resolver la situación económica y de salud de sus hijos, a los que dejó encargados con familiares. La realidad sería otra, “porque desde el primer día, a ellos les salió lo peor”, dice.
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