Un enfrentamiento en el municipio de La Huerta, en la costa de Jalisco, provocó la muerte de seis elementos de la Fuerza Única Regional. De acuerdo con la fiscalía general del estado, un comando que se trasladaba en al menos tres vehículos intentó liberar a un detenido e inició un ataque con granadas y armas largas.

El intento de rescate fracasó. La persona que el comando iba a liberar quedó herida. A escasos metros de la presidencia municipal de La Huerta quedó un reguero de cuerpos. En su fuga, los agresores realizaron dos bloqueos, dejando detrás vehículos incendiados.

Un par de helicópteros salió en persecución de los sicarios, estos desaparecieron en algún punto de la carretera a Autlán de Navarro.

El 28 de noviembre, hace una semana, un grupo de hombres armados agredió a un convoy de la Policía Federal en el municipio jalisciense de Tonalá. Uno de los oficiales murió con un impacto en el cráneo; uno más resultó herido.

Los testimonios recabados en el lugar de los sucesos indican que los federales circulaban por una zona desolada. De pronto, individuos que tripulaban un Grand Marquis de color oscuro les dispararon.

Un helicóptero salió en busca de los agresores. Se pidió auxilio al sistema Escudo Urbano C5. No se obtuvo nada.

El ataque ocurrió en una zona controlada por el Cártel Nueva Plaza, una fracción que rompió con el Cártel Jalisco Nueva Generación, CJNG, a la que dirige Carlos Enrique Sánchez Martínez, El Cholo.

La trayectoria de los proyectiles revela que se trató de una agresión por la espalda. “No había denuncia que desahogar, y no queda claro qué hacían los federales en la zona. Esto fue una emboscada, lo cual nos hace inferir que habían ido para encontrarse con alguien”, informaron fuentes del gobierno estatal.

Solo en la primera mitad de 2018 se habían cometido mil 215 asesinatos en Jalisco, según el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses: 795 de estos habían ocurrido en el área metropolitana de Guadalajara. La disputa entre los cárteles que buscan controlar zonas específicas, arrastró al estado hacia su peor tasa de homicidios: 20 por cada 100 mil habitantes. La cifra, con datos del Inegi, solo se equipara a la alcanzada en los años 2011 y 2012: el tiempo en el que, tras el abatimiento del capo Ignacio Coronel, el Cártel Jalisco Nueva Generación inició la conquista del estado.

Una tendencia de seis homicidios cada día hizo que en septiembre se alcanzara el mismo número de asesinatos que en todo el año pasado.

“En el área metropolitana prácticamente nunca ves a los cárteles, rara vez te cruzas con convoyes o con hombres armados, pero los muertos aparecen puntualmente cada día, todos los días”.

Pasé varios días en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En conversaciones con taxistas, meseros, periodistas locales y amigos que radican en Guadalajara, las palabras Cártel Jalisco, así como el apodo de su líder, El Mencho, me salieron al paso como nunca antes.

Una noche, un grupo de escritores, periodistas y editores asistimos a un bar muy conocido. En el baño, mientras me lavaba las manos, el encargado de éste me ofreció, con entonación de vendedor ambulante:

—Perico, perico…

Vi que traía una abultada bolsa negra de piel cruzada al hombro.

Más tarde me indicaron que un sujeto que patrullaba el bar con aire vigilante era “el enviado de la plaza”: su misión era asegurar que solo se vendiera en ese sitio la droga del Cártel Jalisco.

Llevo 20 años yendo a la FIL. He ido muchas otras veces a aquel bar y nunca había visto algo semejante.

Sucedió de nuevo otra noche, en el bar de un hotel con alto número de estrellas. Dos o tres hombres llegaron acompañados por un grupo de mujeres jóvenes, la mayor parte de ellas sometidas a operaciones estéticas en la barbilla, la nariz, los pómulos. Pidieron varias botellas de Buchanans reserva especial 18 años.

Uno de ellos llevaba una “mariconera” al hombro. Cada que el que parecía ser el más importante del grupo le hacía una seña, el sujeto sacaba un fajo de billetes y lo repartía entre las integrantes del mariachi (eran solo mujeres) que amenizaba la noche, o bien entre los meseros. Dos hombres vigilaban, discretamente, desde el lobby.

A una segunda mesa llegaron más hombres acompañados por más mujeres jóvenes. El que parecía ser el más importante de los recién llegados saludó con un fuerte abrazo al que parecía ser el más importante de los que bebían en la mesa de junto.

También a él lo vigilaban, discretamente, sus propios hombres. También por esa mesa corría a pasto el Buchanans.

Me levanté con pretexto de tomar una llamada y observé durante un minuto: cadenas, crucifijos, pulseras, anillos de oro macizo. Y el sujeto de la “mariconera”, repartiendo billetes como si fuesen dulces.

He ido otras veces a aquel bar, y nunca había visto algo semejante. Estoy hablando, desde luego, del estado en donde el narco, hace unos meses, se atrevió a atentar contra un fiscal a plena luz del día.

@hdemauleon
demauleon@hotmail.com

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