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A las once de la mañana varias camionetas de color blanco ingresaron en la carretera Querétaro-Celaya y se dirigieron a la comunidad de San Antonio Calichar, en Apaseo el Alto. Era un sábado como cualquiera, pero terminó convertido en un sábado de pesadilla.
Cuando las autoridades fueron alertadas de que algo grave había ocurrido, elementos de varias corporaciones policiacas se trasladaron en convoy. Fue como si se internaran en el corazón de las tinieblas.
En una camioneta GMC de color plata había un hombre sin vida. Lo habían asesinado a tiros. A 30 metros de distancia, el cadáver de otro hombre yacía junto a un Pontiac. Medio kilómetro más adelante, dentro de una Explorer también blanca, se hallaba el cadáver de una mujer.
Al internarse en San Antonio Calichar, en la calle José María Morelos, los cuerpos de otros dos hombres fueron descubiertos a bordo de un Focus.
Los habitantes relataron que los tripulantes de unas diez camionetas se internaron en San Antonio, cazando a la gente que encontraban a su paso. “La masacre de San Antonio Calichar”, la llamaron los medios en las horas siguientes. En un punto fueron localizados 45 casquillos de .223 y 7.62. En otro, los peritos recogieron 70. Según una versión, la cacería siguió en el poblado siguiente: San Bartolomé Aguacaliente. Ahí habrían sido asesinados un hombre de 35 años y su hijo, un menor de seis.
Un medio local refirió que un adolescente gravemente herido en la espalda corrió por la carretera en busca de ayuda, y logró avisar de lo que estaba ocurriendo: murió más tarde en el hospital. Los hechos arrojaron un saldo de nueve muertos y el hallazgo en un domicilio de casi seis mil litros de “huachicol”.
Antes de que terminara aquel día —sábado 6 de abril— iban a cometerse en Guanajuato 22 asesinatos: en Irapuato, Salvatierra, Celaya, Abasolo, Valle de Santiago y Salamanca aparecerían cadáveres atados y con disparos en la cabeza, cadáveres apuñalados, cadáveres embolsados, cadáveres abandonados en zonas despobladas y caminos rurales.
En solo cinco días, Guanajuato rompió un récord histórico en materia de homicidios. Tuvo una semana negra, nunca antes vista: 75 ejecuciones. Un mismo día, el jueves 4 de abril, fueron ejecutadas siete personas en Salamanca y seis personas en Celaya. Entre las víctimas de esa violencia criminal se cuentan niños y adolescentes.
En Guanajuato, la explosión homicida no tiene fin: solo el 3 de enero, en solo 12 horas, hubo 25 asesinatos en el estado. Unos días más tarde —el 25— se registraron 24 homicidios más.
La entidad no deja de romper récords. En enero hubo 275 asesinatos. En 2018, 3 mil 121. Entre 2015 y el año pasado este delito creció 398 por ciento (según cifras de México Evalúa). En el trágico 2018 la tasa de homicidio doloso fue del doble de la nacional.
Según el gobernador de Guanajuato, Diego Sinhué Rodríguez Vallejo, 80% de los asesinatos ocurridos en años recientes están relacionados con la extracción ilegal de hidrocarburos. El hecho de poseer una instalación estratégica para el país, la refinería de Salamanca, no se ha traducido en bienestar, tampoco en prosperidad, para los guanajuatenses.
Desde el año 2015 el estado se encuentra claramente envuelto en una nube de violencia debido a la guerra por el control del robo de combustibles que han emprendido el Cártel de Santa Rosa de Lima, que lidera José Antonio Yépez de la Cruz, alias El Marro, y el Cártel Jalisco Nueva Generación, dirigido por Nemesio Oseguera, El Mencho. Un tercer grupo, conocido como La Unión, ha diseminado la violencia en San Francisco del Rincón, Purísima del Rincón y la ciudad de León.
En 2011 se detectaron 42 tomas clandestinas en Guanajuato. En 2015 se contabilizaron 844. En 2017 había ya 1843.
Como en otros puntos del país, en Guanajuato suceden cada vez cosas peores. Hay una realidad que no puede ser ocultada, y que está más allá de las “mañaneras”, los buenos propósitos, y los discursos.