Un hombre esperaba en la calle a su hijo para llevarlo a la escuela. Pero cuando la madre y el niño salieron, el padre ya no estaba. Su coche fue abandonado en el Estado de México. Al hombre lo hallaron macheteado, y metido en unas bolsas de plástico. Increíblemente, aún estaba con vida. Murió de camino al hospital.
Diversos secuestros fueron cometidos en el oriente de la ciudad del mismo modo. Las víctimas eran “levantadas” en la calle, especialmente en la zona de Santa Martha Acatitla, en la delegación Iztapalapa: los secuestradores se las llevaban en sus propios autos, negociaban rápido el pago del rescate (pedían 500 mil, aceptaban lo que fuera) y las liberaban (o se deshacían de sus cuerpos) en parajes de Los Reyes la Paz.
El 24 de enero pasado la banda se llevó, a bordo de su propio auto, a una adulta mayor que se estacionaba a las puertas de su domicilio. El coche se perdió en calles en las que no hay videocámaras. Sin embargo, elementos de la Agencia de Investigación Criminal, AIC, creyeron advertir que dos vehículos, un Attitude y una Duster, iban haciendo funciones de “muro”.
Una inspección en el C-5 mostró que uno de los autos había pasado por un arco de movilidad: había un fotograma de sus placas. El coche había sido vendido tiempo atrás, y no existía registro del domicilio del nuevo propietario.
Un grupo de agentes lo detectó en la calle Gabriel González Mier. Dicha calle era el “punto” en el que ocho o nueve personas solían reunirse. Llegaban a bordo de diversos autos —un Versa, un Cordoba—, hablaban a las puertas de una pensión, y después se retiraban hacia Neza, Iztapalapa, Iztacalco.
Dos de los miembros del grupo conducían un Uber. Al alejarse, los conductores realizaban movimientos evasivos, para comprobar que nadie los siguiera.
La mujer mayor fue liberada en cosa de horas, mediante el pago de un rescate muy inferior al que los secuestradores pretendían. Se hallaba tan atemorizada que se negó a aportar información alguna.
Para fortuna de la investigación, la banda cometió otro secuestro. Y ocurrió un hecho extraño: en cuanto se pagó el rescate, un miembro de la banda previno a la familia y le avisó que la víctima iba a ser asesinada. Entregó incluso el nombre de la calle (aunque no el número) en la que encontraba el secuestrado.
La AIC recorrió la vía indicada pero no detectó movimientos anormales. La víctima apareció ese día con tres tiros en la espalda. Era conductor de un Uber y bajo esa fachada vendía drogas.
Durante un recorrido de inspección los agentes vieron salir al Versa de una casa en obra negra, ubicada en la calle de Provincia.
En videos extraídos de las cámaras de vigilancia se pudo comprobar que también los otros autos visitaban aquel domicilio.
Para entonces, la investigación había señalado un mismo modus operandi en otros seis eventos de secuestro. Todos estos eran realizados al azar. En todos se pedía a los familiares que acudieran a un puente de Los Reyes la Paz, y arrojaran el dinero del rescate desde lo alto, dentro de una bolsa.
Un día antes del operativo de detención, los agentes advirtieron que la banda andaba “muy movida”. Incluso, la perdieron de vista. En las cámaras del C-5 apareció el Versa esa misma noche. Se movía con las luces apagadas y lo seguía un Jetta de modelo reciente. Ambos autos ingresaron en Provincia.
A la mañana siguiente, los tripulantes del Cordoba, el Attitude y la Duster fueron aprehendidos. Todos llevaban consigo armas y drogas. Simultáneamente, la policía ingresó en el domicilio de Provincia.
Adentro había tres cuartos a medio construir. Sobre una “cama” de tabicón yacía, maniatado y vendado, un hombre que la banda había secuestrado la madrugada anterior. La víctima salió de su casa para estacionar su Jetta en otro sitio y evadir los puestos de un tianguis que cada semana se montan frente a su domicilio. Ahí lo agarraron. Se lo llevaron en su propio auto. El Versa abría paso con las luces apagadas.
Los miembros de la banda eran jóvenes menores de 30. Todos ellos, adictos. Todos se hallaban vinculados a la venta de droga, de manera especial, los choferes de Uber.
La policía cree que el grupo tomó parte en otros casos que, por miedo, la gente de Iztapalapa no ha querido denunciar.
Tal vez haya llegado la hora de hacerlo.
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