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El lunes pasado, 13 de mayo de 2019, la CDMX ardió. Todo comenzó con 395 incendios reportados en zonas de la capital mexicana, y en territorios forestales de Hidalgo, Morelos y el Estado de México.
Como se sabe, la suma de estos siniestros desató niveles de contaminación inusuales, por la presencia de partículas menores a 2.5 micras (PM 2.5), las más letales para salud, pues se alojan en los alveolos y llegan a ingresar en el torrente sanguíneo.
Los reportes indican que el infierno había hecho su entrada en escena desde el 9 de mayo, con dos incendios registrados en la zona urbana. Pero el lunes había ya 130 siniestros en el Edomex, 87 en Morelos, 112 en Hidalgo y 66 en la CDMX, según datos de la Secretaría de Medio Ambiente.
A esto se agregaron un sistema de altas temperaturas y condiciones estables de poco viento. Las partículas menores a 2.5 micras no habían rebasado nunca, según las autoridades, el umbral del Índice de la Calidad del Aire. Esto solo había ocurrido por la presencia de ozono, o de partículas menores a 10 micras.
El gobierno de Claudia Sheinbaum admitió que carecía de un protocolo de actuación por altas concentraciones de PM 2.5 y señaló que “en los últimos diez años no se generó” ninguna norma al respecto.
Paisajes de tintes apocalípticos inundaron la zona metropolitana del valle de México. Tras esa bruma maldita todo desapareció: los volcanes, las nubes, los edificios, el propio gobierno de la capital.
Lo que no desapareció fueron la sangre y la inseguridad: las otras formas de ausencia del gobierno. Aquel lunes de cielos a la Blade Runner se registraron tres balaceras. Y entre la bruma aparecieron seis muertos.
A las 18 horas ocurrió, en Tepito, la más sangrienta. Se dio en la calle Rivero, entre Toltecas y Avenida del Trabajo. Vecinos y comerciantes reportaron un intercambio de disparos. Dos hombres quedaron tendidos entre un laberinto de puestos metálicos semifijos y uno más en uno de los pasillos de un mercado próximo, dedicado a la electrónica.
Las imágenes del momento muestran charcos de sangre, tatuajes y casquillos. Un herido terminó en el Hospital de Balbuena, en calidad de detenido.
El secretario de Seguridad Ciudadana, Jesús Orta, señaló más tarde que había indicios de que las víctimas habían pertenecido al grupo criminal conocido como La Unión. “Se trataba de gente que extorsiona en la zona, que cobra derecho de piso y es un enfrentamiento entre grupos rivales”, dijo.
Cientos de policías peinaron y acordonaron la zona. No hubo detenidos.
Aquel día hubo otra balacera en la colonia Doctores. Un hombre y una mujer fueron asesinados dentro de un estacionamiento público ubicado en la esquina de Doctor Vértiz y Doctor Norma. Según los testigos, los seguían dos hombres armados que iban a bordo de una moto. Al parecer, los sujetos iban tras un menor que viajaba en la camioneta y logró salvar la vida.
“Hay una conexión con Tepito”, indicó el secretario Orta, “pero dicha conexión, al parecer, no conduce al crimen organizado”.
El sexto muerto entre la bruma apareció en Polanco a las 15:25. Se reportó que un hombre había fallecido a tiros en la vía pública. La policía encontró entre Moliere y Homero a una persona de unos 60 años, tendida al lado de un arma de fuego. Resultó ser un ex militar que trabajaba como mensajero.
Dos sujetos a bordo de una moto quisieron despojarlo de un sobre. El ex militar echó mano a su pistola. Los otros fueron más rápidos. Según un testigo, “le dispararon y le arrebataron el sobre”.
El saldo entre la bruma apocalíptica: tres balaceras, seis muertos, un herido. Y ninguno de los responsables detenido.
@hdemauleon
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