El contacto fue hecho a través de una red social. Comenzó en forma de “likes” a los tuits que subía Gonzalo. Siguieron comentarios amistosos en los que ella manifestaba estar de acuerdo en prácticamente todo.
La foto de perfil mostraba sólo una sonrisa. La sonrisa de una muchacha joven. Una sonrisa amable, atractiva.
Gonzalo empezó a seguir a su nueva conocida. Ella le agradeció el “follow” a través de un mensaje directo. Pasaron los días. Vinieron tuits y retuits.
Qué sorpresa. Se fueron revelando gustos idénticos. Los mismos hobbies, la misma banda favorita. Hasta políticamente compartían, en estos tiempos calamitosos, el mismo modo de pensar.
Luego de un tiempo de interactuar en “las benditas redes”, ella estuvo de acuerdo en ir a tomar un café.
A las siete de la noche, en un lugar cualquiera del Estado de México, Gonzalo se presentó a la cita. No sabía lo que iba a encontrar. Temía llevarse una sorpresa.
Pero la joven que llegó era amable y atractiva. Lo malo fue que en poco tiempo la joven de la sonrisa se sintió indispuesta.
Se disculpó para ir al baño a mojarse la cara. “Estoy mareada. Creo que me intoxiqué”, dijo al volver.
Pidieron un vaso de agua. Ella no mejoró. “Qué pena”, decía. Él se ofreció a llevarla a su casa. “¿De verdad?”.
En una colonia apartada, les cerraron el paso. Ocurrió el secuestro.
La Comisión Nacional Antisecuestro no tiene registro de un caso así. Los plagiarios peinaron a conciencia las redes de Gonzalo. Extrajeron todo lo que pudiera servirles. Luego crearon un perfil en el que estaba, de algún modo, lo que habían detectado.
La cuenta de la muchacha fue eliminada el día del secuestro. De ella sólo queda un retrato hablado. En el estado bancario de los padres de él hay varios miles menos, decenas de miles menos.
Sin embargo, el caso es un juego de niños si se compara con otro que ocurrió hace unas semanas en la ciudad de México. Al celular de Raúl llegó una llamada desde un número desconocido: somos de la Unión Tepito, sabemos qué haces, a qué te dedicas, con quién estás, cómo se llaman tus familiares, quiénes son tus amigos, por dónde te mueves.
Todo fue dicho de manera violenta y amenazante. Pero lo peor es que todo era cierto.
Raúl sintió que el piso se abría bajo sus pies. “Viste algo que no debías ver”, le dijeron, “y ahora te vamos a chingar”.
“Yo no vi nada, yo no he visto nada”.
“Sal de tu casa y camina hasta la esquina para que te veamos. Si de verdad no eras tú, ahorita lo vamos a saber”.
Raúl hizo lo que le decían. Cuando llegó a la esquina, le dijeron: “Te tengo malas noticias. Sí eres tú. Tú eres el que vio la camioneta”. El lenguaje, entonces, se volvió brutal.
Sin permitirle colgar (“si cuelgas voy a hacer cachitos a tu madre. Esta llamada es su seguro de vida”) lo obligaron a comprar un teléfono desechable, a tomarse una foto y a enviársela al desconocido que hablaba. Luego le ordenaron apagar su teléfono. “Te tenemos colgado. Si vemos que lo enciendes vas a ser responsable de lo que le pase a tu mamá”.
Durante varias horas lo anduvieron paseando por calles y centros comerciales. Al mismo tiempo gestionaban con su madre el cobro del rescate. Pero todo esto es más o menos frecuente. Lo que la Fuerza Antisecuestros (FAS) de la procuraduría capitalina no había registrado fue lo que sucedió a continuación.
Raúl fue conducido a un hotel de Avenida Revolución. “Mi gente está en uno de los cuartos. Si quieres que te crea que no eres tú, vas a ir para que ellos te vean en persona. Si no debes nada, pues no tienes nada que temer”.
En ese hotel, el mismo grupo mantenía en secuestro virtual a una ciudadana extranjera y a su hijo. También la habían ubicado a través de las redes. También la habían obligado a apagar su teléfono. La comunicación se daba por la línea del hotel.
“Ahorita va a ir uno de mis muchachos a verte. Te va a tomar del cabello y se van a tomar una foto juntos”, le dijeron.
Cuando Raúl llegó, hasta el encargado de la recepción estaba enterado de que iba a llegar un miembro de la Unión. Debía darle todas las facilidades para que pudiera llegar al cuarto de la extranjera.
“Te van a abrir la puerta, vas a tomar a la mujer del cabello, se van a tomar una foto juntos y me la vas a enviar”.
La foto, desde luego, era para presionar a los familiares de la mujer extranjera, con la que el grupo también estaba ya en comunicación.
Esta modalidad de secuestro virtual, afirman en la FAS, ha sido detectado en Querétaro, Sinaloa, Pachuca, Nuevo León, Puebla y Chihuahua.
Ya está en la Ciudad de México, y se debe también a la pulsión de poner los secretos de la vida entera en las benditas redes.
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