Morena presentó hace unos días una iniciativa para eliminar la autonomía de la Comisión Nacional de Hidrocarburos y la Comisión Reguladora de Energía. El presidente electo Andrés Manuel López Obrador pretende que ambos organismos queden bajo la esfera de la Sener.
Morena anunció también que integrantes de su grupo parlamentario presentarían una iniciativa a fin de reformar varias fracciones de los artículos 3º y 73 de la Constitución. El objetivo: desaparecer otro organismo autónomo: el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.
Se ha señalado desde hace tiempo que López Obrador parece tener problemas con la palabra “autonomía”. Todo lo que escapa de su control, todo lo que puede significar un contrapeso, parece resultarle un lastre.
Durante la campaña, por poner solo un ejemplo, prometió respetar la autonomía del Banco de México. Pero una vez con el triunfo en las manos envió una señal alarmante. Advirtió que si había desequilibrios económicos en el país durante su mandato, estos serían ocasionados, no por decisiones de su gobierno, sino por un mal manejo del banco central.
En Banxico la declaración fue leída como el inicio formal de un peligroso forcejeo. Por eso, el gobernador le advirtió: “Cada quien en su trinchera”.
Sobre el bombardeo constante que AMLO ha lanzado sobre otro organismo autónomo, el INE, no hay mucho qué agregar. Lo ha acusado de orquestar una “vil venganza” en su contra —a pesar de que el INE llevó a cabo de manera impecable la elección en que AMLO arrasó.
Salvador Camarena se preguntaba hace unos días en su columna si todo esto obedece a que la Cuarta Transformación pretende reinstalar un gobierno sin contrapesos ni acotamientos. Un país de un solo hombre.
En efecto, el aplastamiento de los órganos autónomos del Estado es una de las señas de identidad favoritas de los países de un solo hombre.
Hoy se encuentran en las librerías dos libros que narran cómo se construyen los países de un solo hombre. Vale la pena leerlos en un tiempo en el que la oposición política no existe, y en el que uno de los posibles contrapesos contra un poder prácticamente absoluto deberá venir de la propia sociedad.
Los libros son ¿Qué es el populismo?, de Jan-Werner Müller, y Populismos, de Fernando Vallespín y Máriam M. Bascuñán.
Ambos abordan la irrupción en el mundo de líderes de masas que han convertido o aspiran a convertir a sus naciones en países de un solo hombre. En todos los casos hay una estrategia básica. En todos los casos, la receta ha sido la misma.
Asombran las afinidades que es posible encontrar en países tan diversos como Dinamarca, Turquía, Hungría, Venezuela, Estados Unidos, Polonia, Austria, Holanda (¿y México?).
Vallespín y Bascuñán afirman que todo empieza cuando el líder incorpora a su lenguaje dos palabras: “ellos” y “nosotros”. Todo empieza cuando el líder encarna la voz del “nosotros” y fija la existencia de un enemigo común: la confabulación de élites contra los intereses del pueblo. Lo que sigue es la división del mundo en dos mitades.
El líder, a continuación, sea de derecha o de izquierda, mostrará el futuro como un regreso a un pasado mejor: un regreso al nacionalismo, al Estado, a las fronteras, al control de capitales (a las divisas nacionales, en el caso de Europa).
Müller dice que al llegar al poder el líder buscará apoderarse por completo de los poderes del Estado; intentará callar o controlar a los medios de comunicación; desarrollará sistemas de subsidio para clientelas masivas; pondrá bajo sospecha a la sociedad civil, y luego, a partir de simplificaciones populistas, hará cambios en leyes y Constituciones.
Los países de un solo hombre son la nueva tentación del mundo —escribe Santiago Alba Milo en el libro El gran retroceso—, porque ante la crisis de la democracia estamos huérfanos de futuro, porque vamos hacia atrás, “porque retrocedemos a fases históricas anteriores y volvemos a lo más siniestro del siglo XX, y no a su parte más luminosa”.
Espero sinceramente que no sea el caso. Pero hay varias cosas ahí que me suenan.
@hdemauleon
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