En la esquina de Amsterdam y Sonora, el subdirector del Sector 66 de la Policía Auxiliar, Daniel Miranda Álvarez, desenfundó la Pietro Beretta que llevaba en la cintura e hizo dos disparos. Eran las diez de la noche del lunes pasado.
Miranda Álvarez lleva 18 años en la Policía Auxiliar. Dice que se ha encontrado otras veces en momentos de riesgo. Hace años le tocó perseguir a un hombre que acababa de asesinar a tiros a un cadenero, y que huía por las calles oscuras de la Zona Rosa. Miranda y su pareja fueron los primeros oficiales que llegaron al lugar de los hechos. Persiguieron al agresor varias cuadras, y finalmente lograron esposarlo.
A Miranda le ha tocado también ver caer a un compañero. Habían patrullado juntos durante un tiempo, pero después se separaron. La noche en que sucedió la tragedia, Miranda fue también el primero en llegar. Ya era tarde. Su antiguo compañero yacía a un lado de la patrulla, con un tiro en la cara y otro en el cuello. Le había disparado a mansalva un delincuente que acababa de asaltar un Oxxo. Cuando Miranda llegó, no había nada qué hacer y un charco de sangre se extendía en la banqueta.
El subdirector dice que se ha encontrado otras veces en situaciones de riesgo, pero que nunca antes habían disparado contra él.
Hasta este lunes en una esquina de la colonia Condesa. La Policía Auxiliar había montado un operativo para inhibir el robo en el corredor Roma-Condesa. Había 14 unidades en puestos fijos y 20 efectuando circuitos en calles determinadas. Miranda estaba estacionado en Amsterdam y Huichapan.
—Vi pasar a alguien caminando rápido —cuenta el policía auxiliar— y poco después un señor me dijo que aquella persona acababa de asaltarlo en una pizzería o cervecería de Álvaro Obregón. Al lado de la víctima venían seis o siete personas que habían presenciado el asalto.
Miranda bajó de la patrulla y echó a correr tras el hombre que huía. En la esquina de Amsterdam y Sonora el asaltante volteó. Al ver que venían tras él varias personas alzó el brazo. y comenzó a dispararles. No se sabe si hizo cuatro o cinco disparos. Todos se tiraron al suelo o se escondieron entre los autos estacionados en la calle. Fue entonces cuando Miranda desenfundó y disparó dos veces. Advirtió que al menos uno de los tiros había dado en el blanco.
Al asaltante lo estaba esperando un Altima negro en la esquina de Sonora. Saltó rengueando dentro de éste y el vehículo salió disparado. Se oyó un rechinar de llantas. Pero al auto lo detuvo el semáforo de Nuevo León.
El policía auxiliar corrió a su patrulla. Al tiempo que iniciaba la persecución, pidió ayuda por radio. Hoy recuerda que hasta este momento las manos le empezaron a temblar y que agradeció “por haber aprendido, en 18 años, a controlar un poquito esas situaciones”.
Miranda vio que el auto negro enfilaba hacia Mazatlán y doblaba a la izquierda. Se comenzaron a escuchar sirenas. Los pasajeros del Altima negro decidieron abandonar el vehículo.
Resultó que quien lo iba conduciendo era una mujer. Ella misma se paró enfrente de una camioneta y obligó al conductor a detenerse. Con el cuento de que acababan de asaltarlos, y de que su amigo estaba herido, lograron abordar la unidad. La carrera terminó, sin embargo, en Mazatlán y Fernando Montes de Oca.
El asaltante había recibido un impacto de entrada por salida cerca de las costillas. Tiene solo 22 años, la misma edad que su compañera, la conductora del Altima.
De acuerdo con Miranda, “ya habían estado dando sus vueltecitas por ahí”, porque en el automóvil había teléfonos celulares, un reloj, dinero y algunas carteras. Esa noche, con una pistola calibre .22, decidieron asaltar a una pareja que cenaba en una terraza de la avenida Álvaro Obregón. La aventura terminó con ella en la cárcel y con él en una cama del Rubén Leñero.
Le pregunto al subdirector Miranda qué siente después de esto. Su respuesta es desconcertante: —Siento que en la Ciudad de México hay al menos dos personas que no están pensando mal de nosotros. Le pido que se explique.
—La gente cree que todos nos dedicamos a robar, que somos corruptos. Lo cotidiano para nosotros son las mentadas de madre. Muchas veces, sin saber qué está pasando, la gente se pone del lado de los otros, y nos comienza a insultar, a tacharnos de abusivos. Muchas veces la misma gente nos arrebata a los delincuentes de las manos: con una persona que empiece a insultar, hay otras que se detienen, y al rato ya tienes a diez o quince encima.
Concluye: —Hoy, por lo menos, dos víctimas nos dieron las gracias.