El pasado 20 de marzo iba a jugarse un partido de semifinales en la cancha de futbol rápido de la colonia San Simón Tolnáhuac, ubicada en las cercanías del Metro Tlatelolco. Los jugadores esperaban el silbatazo del árbitro. Eran aproximadamente las 22:30.
A esa hora un hombre se acercó a la tribuna y le disparó a tres de los jugadores. Huyó en la motocicleta en la que un cómplice lo esperaba.
Dos de las víctimas murieron en la cancha. Eran Víctor Jesús Barajas y Sergio Andrés Giovanni Chávez. Según los informes recogidos por la prensa, un tercer hombre, hermano de Sergio Andrés, sobrevivió al ataque y se dirigió por su propio pie a una clínica del IMSS situada a dos cuadras.
Las autoridades solo informaron que aquello era parte de “un ajuste de cuentas”.
Víctor Jesús Barajas era, sin embargo, el “encargado” de la venta de drogas en la Plaza Garibaldi. Le reportaba directamente a Jorge Flores Concha, El Tortas, el líder de la llamada Fuerza Anti Unión.
Según el testimonio de comerciantes y vecinos de Garibaldi, la Fuerza Anti Unión había logrado arrebatarle el control de Garibaldi a Roberto Moyado Esparza, El Betito, jefe del grupo criminal conocido como La Unión.
El asesinato de Barajas fue el coletazo que volcó una cubeta de sangre, y de violencia nunca antes vista, sobre las calles de la Ciudad de México.
Semanas más tarde apareció en un puente de la delegación Miguel Hidalgo una narcomanta supuestamente firmada por el Cártel Jalisco Nueva Generación, que exigía al gobierno capitalino “meter orden en Tepito” y exhibía nombres y apodos de las principales figuras de La Unión. El Betito, El Pulga, El Oropeza, El Huguito, El Manzanas, El Irvin, El Pozole, El Bala, El Jamones, El Michel y El Elvis, “y los que faltan”.
Las autoridades de la ciudad afirmaron que aquella narcomanta no estaba actualizada: que los personajes mencionados se hallaban todos presos o muertos.
Pero no era así. El 6 de mayo de 2018, tres días después de que la narcomanta fue colgada, en un estacionamiento de la calle Belisario Domínguez —y a bordo de un BMW de color negro—, fue acribillado el “encargado” de la venta de droga y la extorsión en la Plaza de Santo Domingo, Omar Sánchez Oropeza, alias El Gaznate.
El Gaznate había intentado, al parecer, refugiarse en el estacionamiento. Ahí lo alcanzaron y le dieron dos tiros en el tórax, dos en una pierna y otro en la cabeza. Aún con vida, fue conducido al hospital Gregorio Salas. Murió al ingresar en Urgencias.
Siguió el asesinato de Juan Iván Arenas Reyes, El Pulga, acribillado a las puertas de la casa de su madre y al que la policía identificó por los tatuajes que se había practicado, uno de los cuales le bajaba por el brazo derecho para cubrirle totalmente la mano.
La respuesta de La Unión fueron esos cuerpos que una mañana de junio aparecieron desmembrados en el Puente de Nonoalco, a unos metros del sitio en que asesinaron a El Pulga (uno de ellos, apodado El Manchas, era, precisamente, narcomenudista de Garibaldi).
Desde entonces, la plaza del mariachi se ha convertido en una especie de fortaleza. De día y de noche la puebla un enjambre de sicarios. Se trata de jóvenes vestidos con bermudas, tenis y gorras, provistos de motos y “mariconeras”.
Tras la muerte de Barajas, según testimonios recogidos entre los vecinos, la plaza quedó a cargo de familiares de éste, y de un sujeto —el segundo de El Tortas— al que se conoce como Chucho. Cada grupo “controla” Garibaldi en turnos de doce horas: los deudos de Barajas de siete de la mañana a siete de la noche; el grupo de Chucho en las horas “más calientes”.
La droga corre en forma de “papeles” de 50 y 100 pesos. De acuerdo con vecinos y comerciantes, los “papeles” se venden en lugares como El Tapanco, El Citrus y El Carapos. Los vecinos hablan de “fumaderos” vigilados las 24 horas por gente de la Fuerza Anti Unión, “para que no haya desmanes” y “todo vaya bien”.
“En Garibaldi todos son halcones”, me dicen, “la señora que vende flores, el vendedor de esquites, y hasta el niño que está en la esquina”.
“¿Y la policía?”, pregunto. La respuesta es esta:
“La policía lo sabe. De arriba llegó la orden de que pararan ya las muertes, y dejaran de estar ‘calentando’ la ciudad. Por eso ahora tiran los muertos en el Estado. ¿No los ha visto?”.
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