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Sus padres la vieron por última vez el 29 de septiembre de 2012. Ana Karen estaba contenta porque era posible que obtuviera un empleo de mesera en Reynosa, en Tamaulipas. Aquel día, después de despedirse, su madre, la señora Mauri Félix, cruzó la frontera y se dirigió a su trabajo en McAllen, donde hacía labores de limpieza.
Ana Karen le informó más tarde que no había conseguido el puesto y que se iba a quedar a dormir en casa de una amiga. Era sábado. La amiga se llamaba Tania.
La señora Mauri estuvo trabajando hasta el martes. Al volver —carecía de teléfono celular— se enteró de que su hija no había regresado. Le llamó a Tania para pedir informes. La notó vacilante.
Tania le dijo que aquel sábado habían tenido una fiesta. Que en la madrugada la botana se había acabado. Que un vecino “de 32 o 33 años”, Juan Pérez Rodríguez, se había ofrecido a llevar a Ana Karen a la tienda, y que ninguno de los dos había regresado.
La señora Mauri exigió la dirección de aquel vecino. Con la ubicación anotada en un papel, salió a buscarlo. La puerta del domicilio al que llegó la abrió una hermana de Juan Pérez. Les dijo que no sabía nada de él desde hacía tiempo; les dijo también que su hermano acababa de salir de la cárcel “y andaba bajo fianza”. “La verdad, él no es muy de fiar”, concluyó.
La familia interpuso una denuncia y luego rastrilló las calles “para preguntar si alguien sabía algo”. Les dijeron que el sábado 29 de septiembre había corrido el rumor de que los Zetas iban a entrar en Reynosa y que el Cártel del Golfo había lanzado una advertencia en las redes sociales: los sicarios “levantarían” a todo aquel que anduviera de noche en las calles.
En Reynosa casi todos conocen a alguien. La señora Mauri logró que uno de esos “alguien”, con buenos contactos en el Cártel del Golfo, fuera a investigar si en las casas de seguridad había una muchacha llamada Ana Karen. La respuesta fue negativa. “Me dijeron que mi hija no estaba en esos lugares”, relata la mujer.
Como ocurre siempre, las autoridades no avanzaron en la búsqueda. La madre hizo sus pesquisas. Averiguó que Pérez Rodríguez era oriundo de Padilla, y fue hasta allá a preguntar. Logró encontrar al padre del sospechoso y le explicó la situación. La respuesta fue: “Hace tiempo que no sé nada de mi hijo”.
Comenzó el calvario y “desde entonces andamos a la deriva”, dice la mujer. Relata que en la procuraduría se perdían los datos, cambiaban a los funcionarios, pasaban los meses, y después los años.
En octubre de 2016 publiqué en esta columna una entrega titulada La mujer de los Zetas: narraba la historia de María, una mujer a la que su esposo vendió al grupo criminal para que la prostituyeran. María terminó al lado de unas 40 mujeres que los Zetas se habían robado en “otros lados”. La prostituyeron en Monterrey, Querétaro, Acapulco. Conoció al siniestro Z-42 y presenció episodios de horror indescriptible.
Mi columna fue reproducida en diciembre de 2016 en una página de Facebook que se llama Bienvenido a la realidad. El administrador la ilustró con una fotografía que, dice, fue tomada al azar “de algún blog”. En esa foto aparece Ana Karen en un prostíbulo. La acompañan otras mujeres; está rodeada de supuestos policías encapuchados. Alguien descubrió la página y la envió a la familia. Su madre la reconoció “plenamente”: “Es ella, es mi hija”, afirma.
“Con esa prueba —cuenta la señora Mauri— me dirigí a la PGJ y a la PGR, pero tristemente no he tenido ayuda. De pronto encontré la foto en su columna, tal vez usted sepa de dónde procede y me pueda ayudar a saber dónde tienen a mi hija”.
Antes que en Bienvenido a la realidad, la foto apareció en agosto de 2016 en un portal de Tamaulipas: el pie informaba que las retratadas eran “víctimas de trata al norte de México”. Al hacer una búsqueda se descubre, sin embargo, que la foto no viene de Tamaulipas: fue tomada de un portal editado en Quintana Roo (Unión Cancún) en julio de 2015. La imagen, al parecer, corresponde a un operativo de rescate.
Es todo lo que hay. Una imagen de hace cuatro años en algún lugar de México, y una historia de horror que quizá sirva contar por si alguien sabe algo, “por si hay otra oportunidad de encontrarla”, explica la señora. La foto se reproduce aquí.