Unas horas después de que ocurrió el estallido en la toma clandestina de Tlahuelilpan, Hidalgo, uno de los líderes huachicoleros de la región, Julio César Zúñiga Cruz, alias La Parka, fue asesinado en las inmediaciones de la carretera Tlahuelilpan-Mixquiahuala.

Según una mujer de 31 años que lo acompañaba, un comando detectó el Mazda negro de Zúñiga Cruz a las afueras de un Oxxo. Se inició una persecución a lo largo de varias colonias y calles.

La Parka fue copado finalmente en la avenida Cuitláhuac del poblado de Mixquiahuala. Cuando los servicios de emergencia arribaron, la mujer intentaba esconder unas armas largas tras una jardinera. Zúñiga Cruz aún respiraba. Fue trasladado a un hospital cercano —el de Cinta Larga—, al que llegó sin signos vitales.

24 horas horas antes se había desatado el infierno en Tlahuelilpan: una tragedia que terminó con más de 90 muertos y más de 60 desaparecidos.

Las autoridades de Hidalgo identificaron a La Parka como uno de los líderes de la venta ilegal de hidrocarburos en la zona. La noche del estallido, una camioneta ardió o fue incendiada a unos pasos del palacio municipal de Mixquiahuala. En las horas que siguieron, otros dos líderes huachicoleros fueron ejecutados: les apodaban El Tornillo y El Vikingo.

Hace un mes, a principios de diciembre de 2018, las autoridades de Mixquiahuala emitieron una alerta: se venían las fiestas decembrinas con su cauda de juegos pirotécnicos y en la localidad había tal cantidad de combustible ilegal almacenado en domicilios, corrales y bodegas, “que un cohete o una sola chispa podría causar una explosión”, dijo el titular de Protección Civil, Víctor Neria.

“El combustible ilegal se almacena aquí de manera discrecional”, agregó.

Mixquiahuala es una zona de tragedia y abandono en la que los timbres de alarma se encienden todo el tiempo. Hace un año, en enero de 2018, el ex alcalde de Mixquiahuala, Miguel Licona Islas, y su hijo Miguel Ángel fueron ejecutados en su propio domicilio.

El doble asesinato ocurrió en horas de la madrugada, pero los cuerpos fueron hallados hasta la mañana siguiente por un grupo de trabajadores de la construcción que hacía trabajos de remozamiento en la casa.

“Las autoridades ni siquiera informan qué pasa”, protestó un periódico local.

Al poco tiempo, policías municipales que acababan de asegurar una camioneta con mil 200 litros de combustible robado, fueron interceptados en una brecha por un centenar de personas. Las patrullas fueron atacadas con piedras y palos. Sonaron algunos tiros. Aquello estuvo a punto de terminar en balacera.

El comisario de seguridad estatal reconoció después que “la población está involucrada en el huachicoleo” y “acostumbra proteger a los que delinquen”.

En ese pueblo, los niños y los adultos mayores son contratados como “halcones” por un sueldo de hasta 500 pesos diarios. Sólo tienen que estar sentados en un punto específico con un teléfono en las manos.

El 19 de agosto se incendió en Mixquiahuala un domicilio en el que había 15 bidones de 200 litros: un total de tres mil litros litros de combustible “ordeñado”. Tres mujeres lograron escapar, pero los animales que se hallaban en el corral —seis borregos y un cerdo— murieron en medio de espantosos chillidos.

Ese mes, hubo un enfrentamiento a tiros entre huachicoleros y municipales. La balacera ocurrió en el centro del poblado, a la hora en que unos niños jugaban basquetbol, y otros recibían la doctrina en la iglesia cercana. Un presunto delincuente fue abatido. Sus compañeros se lanzaron furiosos contra el Ayuntamiento, entraron armados y dentro del inmueble oficial causaron innumerables destrozos.

En octubre, un grupo de desconocidos puso en llamas una camioneta. El conductor, un joven de 26 años, apareció asesinado a golpes frente a su propio domicilio. Antes de irse, los asesinos tocaron el timbre: el padre salió a abrir, encontró el vehículo ardiendo, y a su hijo tendido sobre un montículo de grava.

Las autoridades atribuyen el ataque directo sobre La Parka a “una pelea por el control de las tomas clandestinas en ductos de Pemex”.

Su homicidio ocurrió prácticamente 24 horas después del estallido y a sólo 12 kilómetros de Tlahuelilpan.



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