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Hace diez años, en octubre de 2008, una llamada anónima advirtió a la PGR que en un domicilio de la colonia Lindavista, al norte de la Ciudad de México, había varias personas armadas.
“Son narcotraficantes. Es gente de El Mayo Zambada, y si van, los van a detener”, dijo el hombre, con acento norteño, que se hallaba del otro lado de la línea.
En esa casa se encontraban Jesús El Rey Zambada, hermano mayor de El Mayo Zambada, fundador del Cártel de Sinaloa, y su hijo, Jesús Zambada Reyes.
El juicio que se sigue hoy a Joaquín El Chapo Guzmán, con sus testimonios de sobornos millonarios entregados a funcionarios mexicanos, ha revivido historias enterradas.
Aquel día en que la PGR se movilizó a Lindavista, El Rey Zambada se comunicó por teléfono con uno de los hombres que en la Ciudad de México le brindaba protección: el inspector de la Policía Federal Edgar Bayardo.
Bayardo relató más tarde que El Mayo pagaba hasta 500 mil dólares por cada enemigo que la Policía Federal lograba detener (a él le entregaba 25 mil dólares mensuales).
Además de entregar información al Cártel de Sinaloa, el inspector fungía, por debajo de la mesa, como informante de la DEA: un maestro de las tres bandas.
La escolta de El Rey estaba formada ese día por más de diez personas. Decidieron enfrentar a los agentes que rodeaban la casa, en tanto llegaba el auxilio de sus protectores. “Voy, padrino, voy”, le había dicho Bayardo al capo.
Comenzó el tiroteo. Más tarde se dijo que también varias patrullas de Seguridad Pública capitalina habían intentado auxiliar a Zambada, pero habían tenido que retirarse al ver que la PGR tenía copado el inmueble.
Bayardo no se presentó. Los escoltas escondieron al Rey en un tinaco: de ahí lo sacaron los agentes. Tenía la barba crecida, una sucia camisa de franela a cuadros. Estaba herido en una pierna. Cuando la PGR revisó los números a los que Zambada había llamado, el inspector Bayardo fue detenido. Se convirtió en testigo protegido de la PGR.
Las explosivas declaraciones que rindió sirvieron para inculpar a varios funcionarios del primer círculo del secretario de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna —al que hoy El Rey Zambada ha acusado de recibir 56 millones de dólares del Cártel de Sinaloa.
Un año más tarde, en completa libertad, Bayardo tomaba café en un Starbucks de Pestalozzi y Pilares. Dos hombres bajaron de una camioneta verde. Uno abrió la puerta de cristal del establecimiento; el otro disparó una ráfaga de metralleta en contra del ex inspector.
Por ese tiempo, las declaraciones de otro testigo protegido (un ex agente de la AFI), rendidas en EU, revelaron que directivos de la SIEDO y personal de la Interpol vendían protección y datos de inteligencia al Cártel de Sinaloa.
Se inició la investigación conocida como Operación Limpieza, que terminó con el desmantelamiento de la SIEDO, dado que la mayor parte de sus funcionarios, más de una docena, fueron implicados por el ex agente, y otros testigos protegidos.
Las declaraciones de los testigos involucraron con nombre y apellido a directivos, comandantes, agentes. Se habló de fajos de dólares entregados en estacionamientos o en restaurantes, gracias a los cuales La Barbie y los hermanos Beltrán Leyva eran advertidos sobre toda clase de investigaciones y operativos.
Todo quedó finalmente en los dichos de los testigos. No se logró documentar una sola de las acusaciones. Prácticamente todos los detenidos quedaron en libertad.
Los protagonistas del caso creen que la Operación Limpieza solo sirvió para desviar la atención, inventar culpables y borrar las verdaderas evidencias de la relación entre funcionarios y narcotraficantes.
El juicio de El Chapo ha traído de vuelta esas historias. Desde luego, son contadas por asesinos, por narcotraficantes. Desde luego, todos ellos hablan a cambio de beneficios.
Sin embargo, nada cambia el telón de fondo. Ni Zambada, ni El Chapo, ni La Barbie, ni los Beltrán pudieron lograr lo que lograron sin el contubernio de policías, militares y políticos.
El juicio debería ser un buen pretexto para volver a escarbar en todo eso e intentar dilucidar quiénes, y hasta qué nivel, fueron los cómplices de todo este infierno. Eso es lo menos que se merecen los muertos.
Para los protagonistas del caso, sin embargo, lo único cierto es que la Operación Limpieza sirvió para desviar la atención.