Héctor De Mauleón

Disparos a mitad de la noche

Mariano lucha por que pongan alumbrado y la patrulla haga rondines en la unidad. Solo ha hallado silencio, ineptitud, indiferencia

Disparos a mitad de la noche
23/07/2018 |02:51
Redacción El Universal
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Mataron a su hijo el 30 de agosto de 2014, a unos pasos de su casa, en la Unidad Habitacional El Milagro, delegación Gustavo A. Madero. Rodrigo Martínez Vázquez, estudiante de Derecho de 23 años, había ido a pasear a la feria de la cercana iglesia de La Esmeralda. Todavía a las nueve de la noche su madre se comunicó con él para pedirle que regresara temprano a casa.

A las once de la noche volvieron a llamarle. El teléfono sonó y luego mandó al buzón.

Mariano Martínez, padre de Rodrigo, se levantó de la cama y salió en busca de su hijo. La Unidad Habitacional El Milagro prácticamente carece de alumbrado. Ahí la inseguridad forma parte de la vida diaria.

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Mariano fue a la parada del camión, preguntó en una tienda que aún permanecía abierta si habían visto pasar a Rodrigo. Le dijeron que no. Mariano dio algunas vueltas y regresó a la unidad carcomido por la zozobra.

A lo lejos vio una patrulla, gente reunida y las luces de una ambulancia. El corazón le ladró en el pecho. Había un cuerpo boca abajo y tenía el cerebro expuesto. Cuando lo voltearon, reconoció a Rodrigo. Abrazaba todavía la “mariconera” que solía llevar consigo. A Mariano, el dato le pareció revelador. El joven todavía respiraba. “Al parecer, le dieron un batazo”, le dijo a Mariano un paramédico.

Rodrigo fue trasladado al Hospital de la Villa, donde lo estabilizaron y canalizaron al Hospital de Xoco. Era ya la una de la mañana. “Su hijo viene muy mal, tenemos que operarlo urgentemente”, le dijeron a Mariano. Más tarde le informaron que su hijo no había recibido un batazo, sino dos impactos de bala calibre .32. Rodrigo luchó durante cinco días. Perdió. El registro de defunción indica que murió a las 5:40 del 4 de septiembre.

Ana Laura Magaloni ha escrito que la Procuraduría solo sabe tratar de una manera a la gente común y corriente: con indiferencia e ineptitud. No hubo investigación, nadie acudió al lugar de los hechos. El fiscal de Gustavo A. Madero, Eduardo Carreño Alvarado, no envió a nadie en busca de testigos.

Al volver del sepelio, Mariano halló un sobre que alguien había metido bajo la puerta. Contenía ocho fotografías. En ellas aparecían cinco jóvenes que habitaban en la Unidad El Milagro. Pero quienes ocupaban el papel protagónico en aquellas fotografías eran los hermanos Brandon Bryan y Fredy Hernández. No había nada más, pero el padre de Rodrigo entendió el mensaje. Los hermanos tenían fama de liderar una banda dedicada al asalto de transeúntes.

Ubicó el domicilio de cada uno, y luego entregó las fotos, y la información que había recabado, a las autoridades de la Gustavo A. Madero. Nada sucedió. El caso quedó congelado cuatro meses en la fiscalía de la GAM. Para entonces, los miembros de la familia Hernández, y un tercer sujeto apodado El Pocholo (Marcos González), se habían esfumado.

Desesperado por la inmovilidad de los funcionarios que, a pesar de recibir un caso prácticamente resuelto, no mostraban interés en el asunto, Mariano buscó insistentemente una entrevista con el entonces procurador, Rodolfo Ríos. Por órdenes de este último, el caso pasó a la fiscalía de Homicidios.

Se habían cumplido exactamente seis meses del asesinato cuando la verdadera investigación comenzó. Un testigo ocular —cuya dirección había sido proporcionada por Mariano— declaró que aquella noche, después de que sonaron los tiros, había visto correr a Brandon Bryan, con la capucha de la sudadera puesta y una pistola en la mano.

Una vecina declaró que al asomarse a la ventana, atraída por los tiros, vio el cuerpo del joven caído y a dos o tres individuos que escapaban, uno de ellos con el arma en la mano —y todos con la capucha puesta.

Fue Mariano quien finalmente aportó el dato crucial. Entregó a la policía la dirección del lugar donde trabajaba la madre de los sospechosos. Los agentes la siguieron a un domicilio ubicado en la colonia del Obrero. Ahí ubicaron a Bryan Hernández. Llevaron a Mariano para que lo identificara. “Es él”, les dijo. Habían pasado un año y ocho meses desde aquella noche.

Bryan Hernández fue condenado a 23 años. Su hermano y El Pocholo siguen prófugos. Mariano lucha desde entonces porque pongan alumbrado y la patrulla haga rondines en la unidad. Ha pedido ayuda al diputado Gonzalo Espina. Al coordinador de Atención Ciudadana del GDF, Antonio Rodríguez. A Miguel Ángel Calleja, asesor del secretario de Seguridad Pública, Hiram Almeida. Al superintendente de Operación Policial, Luis Rosales. Al subdirector de zona en GAM, Jorge Bato Ortega (quien pidió dinero a los vecinos “para poder hacer los rondines”).

Solo ha hallado silencio, ineptitud, indiferencia. Los asaltos siguen en El Milagro. Y también los disparos a mitad de la noche.