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El 4 de octubre de 2014, uno de los primeros detenidos tras la desaparición de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, Marco Antonio Ríos Berber, condujo a la fiscalía general de Guerrero a lo alto de un cerro ubicado a cuatro kilómetros de la ciudad de Iguala.
Los normalistas llevaban casi dos semanas desaparecidos. El país entero volteaba hacia Iguala.
De acuerdo con Ríos Berber, en aquel cerro los Guerreros Unidos habían asesinado y quemado con diésel a varios de los alumnos desaparecidos: los cuerpos, dijo, fueron inhumados en fosas clandestinas.
“El Chocky traía a tres ayotzinapos arriba del Mustang —declaró—. Estaban el Gaby, la Mente y el Chacky, y el Chocky dijo que se iban a jalar para el cerro (...) Como a los veinte minutos regresé con ellos al cerro, arriba de la colonia Pueblo Viejo, para dejarles el diésel.
“En ese momento el Gaby, junto con Chocky, ya habían matado a los tres ayotzinapos… esto me lo dijo La Mente, y también me dijo que él ordenó al Chacky que hiciera una fosa, y que posteriormente el Gaby con el Chocky los aventaron al hoyo, y Gaby roció con diésel los cuerpos y les prendió fuego, hasta que se calcinaran…
“Al rato llegó también al cerro el Gaby en la Tacoma blanca y llevaba a diez de los ayotzinapos… en ese momento el Chocky ordenó que matáramos a los diez… y dejamos vivos a cuatro, en ese momento arrastraron el Chacky, la Vero y la Mente a los seis muertos al hoyo en donde el Gaby les roció el diésel y también les prendió fuego hasta que se calcinaron, y, posteriormente el Gaby junto con el Chacky taparon el hoyo con ramas…”.
Ese misma tarde, guiado por Ríos Berber, personal de la fiscalía, entre el que se hallaban peritos en criminalística, medicina forense y fotografía, se dirigió al cerro de Pueblo Viejo. En una casa de seguridad situada en la loma fueron encontrados costales recién desenterrados con armas de alto poder.
En el lugar señalado por Ríos Berber había seis fosas que contenían 28 cuerpos. “Algunos estaban completos, pero la gran mayoría estaban desmembrados”. Todos presentaban lesiones o daños corporales por exposición a fuego directo. Para calcinarlos, habían utilizado un acelerador químico.
Las autoridades creyeron que al fin se había encontrado a los alumnos desaparecidos. La CNDH presenció la apertura, extracción y traslado de los restos al forense de Iguala. Las señales de alerta se encendieron cuando en una de las fosas aparecieron los restos de una mujer.
Al cabo, las pruebas periciales determinaron que ninguno de los cuerpos guardaba relación con los perfiles genéticos de los normalistas desaparecidos. “Los exámenes resultaron negativos para identificar a los estudiantes no localizados”, informó la PGR.
En todos los casos, sin embargo, el diagnóstico cronotanático señaló que el fallecimiento de aquellas personas había ocurrido entre 15 y 30 días antes del momento del hallazgo.
Aquellas víctimas habían muerto entre el 11 y el 28 de septiembre, “periodo que coincide con la fecha en que sucedieron los hechos de desaparición de los normalistas de Ayotzinapa” (26 de septiembre).
Finalmente se determinó que cuatro de los 28 cuerpos pertenecían a una familia del Estado de México que, camino de una boda, fue “levantada” y ejecutada por sicarios de Guerreros Unidos.
De los otros 24 cadáveres no hubo explicaciones. Ningún familiar los reclamó. Nadie preguntó jamás por ellos. Sus restos continúan en el panteón forense ministerial de Chilpancingo.
A partir de aquel día las pesquisas se olvidaron de estos muertos. Y sin embargo, entender quiénes eran y por qué murieron resulta crucial si es que se quiere llegar a la verdad del caso Iguala.
Esos 24 cadáveres significan que en aquella ciudad ocurrió una matanza el mismo día, tal vez un poco antes o tal vez un poco después de que los normalistas fueran enviados por la jerarquía de mando de su escuela, con el supuesto fin de secuestrar camiones.
Esos cadáveres significan que hubo en Iguala una segunda desaparición masiva. Una ejecución múltiple de la que apenas hay rastro en los expedientes del caso.
Es ilógico pensar que no hay conexión entre ambas historias. Tienen que estar conectadas, pero una de ellas fue cercenada: permaneció al margen de la investigación.
Esos 24 cuerpos son la historia no contada del caso Ayotzinapa.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com